Pío Caro Baroja
Escritor y documentalista
"Mi tío, Pío Baroja, era un hombre afable, trabajador y muy sincero. No tenía pelos en la lengua y no se dejó convencer por el canto de las sirenas"
Teresa SALA
Itzulpena euskaraz
Llueve. El otoño empieza a atizar sus primeros azotes. La casona de Itzea se yergue orgullosa al final de Bera de Bidasoa, en el barrio de Alzate. Una verja de hierro y una tapia cubierta de nogales, tilos y árboles americanos impiden la entrada a curiosos y foráneos. Nadie responde a las primeras llamadas, es necesario golpear la aldaba una y otra vez para recibir, al fin, una respuesta. “Buenas tardes, ahora mismo bajo a abrir”. Es Pío Caro, el último Baroja. Un hombre de 78 años que conserva una memoria pertinaz y exhaustiva, alimentada a base de los objetos, los libros, las paredes y los pasillos de la casa que su tío, el escritor Pío Baroja, compró en 1912. Hoy, él y su mujer, Josefina, son los únicos moradores de Itzea, quizá los últimos. Sus dos hijos, Pío y Carmen, trabajan en Madrid. Él al frente de la editorial familiar Caro Regio, y ella como bibliotecaria. “No sé que pasará, quizá lo mejor sea adoptar un niño chino para convertirlo en heredero de todo esto”, bromea mientras subimos las escaleras de una casa de cuento, sacada de un libro de aventuras de hace siglos. “Ya me perdonarás, pero estoy afónico, no sé si voy a poder hablar todo lo que quisiera”, se disculpa. Y comienza a arañar recuerdos, a contar historias y a charlar, “sin complejos”, porque “los Baroja siempre hemos dicho lo que pensamos”.
Se cumplen 50 años de la muerte de su tío, y se multiplican los homenajes, ¿se conocen su obra y su trayectoria lo suficiente?
Yo no sé hasta qué punto pueden llegar a despertar la pasión por la lectura unos actos como estos, pero es indudable que el hablar de un novelista, que se citen sus obras y que ese escritor se mantenga cerca del pueblo euskaldun, siempre significará algo. También creo que es muy significativo que de todos los autores de aquella famosa generación del 98 sea Pío el que se mantiene con mayor fuerza y vida. Han pasado ya 50 años y la sociedad ha cambiado totalmente. Hemos pasado de una sociedad agrícola a una sociedad industrial y de consumo. Pero, a pesar de todo, el autor se mantiene, y eso me parece importantísimo.
¿Cree que los jóvenes de hoy tienen una conciencia real de quién fue Pío Baroja?
No puedo hablar de las nuevas generaciones. Aunque estos días he estado hablando con los profesores del Instituto Pío Baroja de Irun. Hemos conversado de muchas cosas y la mayoría están de acuerdo en que la educación de hoy en día es fatal. Tiene muchas carencias y muchos olvidos, se está orientando hacia unas técnicas nuevas que están repercutiendo en la lectura de libros. Los niños de hoy en día no saben nada. Pío Baroja les suena a chino, aunque también les suena a chino cualquier cosa de hace dos años. Algunos no saben ni la diferencia que hay entre el norte y el sur. Pero en el tema de las aficiones literarias creo que tiene que ver más el gusto y la sensibilidad de la persona que la propia educación. Si se les habla de un autor y se les leen unas páginas les puede enganchar. Siempre hay un porcentaje pequeño de afectos a la literatura, esto también ocurría antes. Pero las cosas han cambiado. Por ejemplo, era impensable que en un pueblo como Bera de Bidasoa se le hicieran la clase de homenajes que se le están haciendo. El otro día se inauguró una exposición de pintura y se acercaron 100 chicos. Antes hubiesen ido sólo dos.
¿Qué relación han mantenido los Baroja con la ciudad de Donostia?
Mi tío Pío en una ocasión dijo lo siguiente: “he nacido en Gipuzkoa, en la ciudad de San Sebastián, lo primero me entusiasma, lo segundo no tanto”. Él criticó bastante a Donostia y a los donostiarras. Dijo que era un pueblo que estaba al servicio de los veraneantes, y que estaba loco por fotografiarse con el Rey. Decía que era un pueblo de hoteleros. No el San Sebastián de mi abuelo Serafín Baroja, que es de la época de Bilintx. Entonces Donostia era un pueblo popular, que celebraba grandes fiestas populares. Pero el San Sebastián que conoció Pío había cambiado, había perdido el sabor localista que tenía antaño. Estaba pendiente de la familia real, como está hoy pendiente del Festival de Cine o del de jazz. Además, Donostia nunca le trató demasiado bien a Pío. La estatua de Victorio Macho que estaba metida en el Museo San Telmo subió y bajó las escaleras muchas veces, en función de si el alcalde del momento era liberal o carlista. La quitaban y la volvían a poner. Han tardado muchos años en ponerle una calle, al final se la han puesto en un barrio nuevo y pretencioso y a él le hubiera gustado estar en la Parte Vieja, al lado del puerto. Las formaciones municipales de los últimos años tampoco han hecho nada, ni por Pío ni por mi abuelo Serafín.
¿Ha llegado el momento de acabar con los estigmas que acarreaba Don Pío? Se le llegó a tachar de inconformista e, incluso, de misógino.
Los clichés son repetitivos siempre. Lo de misógino es una cantinela que lleva repitiéndose muchos años por gente que no le ha leído. Quien le haya leído sabe que en las novelas de Don Pío existe una variedad de mujeres impresionante y muy interesante, que provocan un despertar amoroso y de admiración. Otra cosa es lo que escribió después en algunos ensayos. Sobre todo hacía una crítica de la mujer española que entonces estaba dominada por la sacristía y el confesionario. La vida sexual estaba condicionada por los curas y por el pecado. La revolución de la mujer en los últimos años ha sido grande. Trabaja y gana dinero, se ha independizado del marido. Además, existe la química moderna que ha posibilitado los anticonceptivos que facilita las relaciones amorosas. Por último, la idea del pecado se ha venido abajo. El otro día hicimos la prueba de preguntar a cinco chicos si sabían los diez mandamientos y no sabían ninguno.
También le llamaron “antivasco”.
Así es. Fueron los vizcaínos. En este País Vasco ha habido dos tendencias desde hace mucho tiempo. Por un lado han estado los carlistas, y, por otro, los Liberales. Dentro del Carlismo están los vizcaínos, quienes defendían la premisa de “Jaungoikoa eta lege zaharra”. Hoy es una idea impensable. Mi tío se metió mucho con los bizkaitarras, él sabía que todo este tinglado se lo inventó Sabino Arana. Los vascos auténticos no eran los vascos, sino lo vizcaínos, el resto eran maquetos. Te puedes imaginar las cosas que decían los maquetos, que les gustaba bailar el agarrao y otra serie de estupideces. Toda esta parafernalia moderna está basada en la ignorancia.
¿Qué recuerdos conserva de la convivencia con su tío?
Yo viví con él 27 años de mi vida, 27 de sus últimos años. Lo recuerdo anciano. Era un hombre afable, trabajador y muy sincero. No tenía pelos en la lengua, y no se dejó convencer por el canto de las sirenas. Él fue anti todo en España, porque tenía una idea distinta de lo que se llevaba. Era muy crítico. En su juventud se sintió anarquista. Luego escribió unas novelas demoledoras sobre la situación social de entonces. Más tarde fue anti Primo de Rivera. Luego le pareció que la República había fracasado, se fue al exilio, volvió, y también pagó el hecho de manifestarse contrario al franquismo, porque lo encerraron. Yo lo he vivido todo, la guerra y la posguerra, hasta que me fui a México porque estaba asqueado de la España de entonces. Me fui en 1952 y estuve allí siete años. Volví porque se fueron muriendo todos y nos quedamos mi hermano Julio y yo solos. Vine en 1959 para que estuviéramos juntos.
¿Cree que el no haberse sabido “vender” socialmente ha perjudicado a que la obra de los Baroja no se haya conocido lo suficiente?
No. Hay libros de los que se han vendido un millón de ejemplares, como “El árbol de la ciencia”.
¿Es cierto que pretendió hacer un museo en Itzea?
Yo quise hacer un museo para quitarme los visitantes de encima. Lo quise hacer en la casita que hay enfrente, pero el Gobierno de Navarra no se esforzó para nada. Nosotros nunca hemos recibido ayuda de ningún sitio, ni falta que hace. Ya veremos lo que hacen mis hijos en el futuro, a lo mejor adoptamos un niño chino y lo hacemos heredero.
Además de cosas y recuerdos de cinco generaciones esta casa tiene obras hechas por los que vivieron en ella. Cuadros, grabados y escritos de Ricardo. Grabados y escritos de Julio, novelas de Pío. No hemos comprado nada, nosotros lo hemos hecho todo, y con cuatro perras gordas, nunca ha habido aquí una obra que costara más de mil pesetas. Aquella cabeza de la virgen la encontró mi abuelo Serafín en la Segunda Guerra Carlista. Estaba de corresponsal para el periódico El Tiempo. Llegó a una ermita de Gipuzkoa que había sido bombardeada, la virgen estaba quemada y se llevó lo que quedaba de ella.
¿Cómo llegaron los Baroja a esta casa?
Itzea pertenecía a la Familia Alzate. En realidad, era de mi bisabuela Gertrudis Goñi y Alzate. Cuando salió a la venta Pío la compró por un sentido romántico. Corría el año 1912. La casa estaba totalmente destrozada. Poco a poco la fueron arreglando, tardaron muchos años en acondicionarla.
¿A qué se dedica usted ahora?
Al amor… (ríe) he trabajado 25 años en el cine haciendo documentales. Ahora, al final, me he dedicado a escribir. He escrito novelas y ahora estoy terminando la biografía de mi abuelo Serafín, que se publicará dentro de dos meses. Ahí cuento todas estas desavenencias con el Ayuntamiento de Donostia. Hace algún tiempo fui a ver si había alguna posibilidad de que me publicaran la obra, pero me dijeron que no, sin ningún tipo de explicación. Lo voy a publicar con la editorial que tiene mi hijo ahora, y nos quedamos tranquilos. Yo con el Ayuntamiento de Donostia no tengo ninguna relación, lo único que hago es pagar una contribución por un piso que tengo allí, y nada más.
¿Le gusta visitar la ciudad?
Sí, me gusta mucho pasear por la Parte Vieja, ver el mar, ir al puerto.
¿Qué ve cuando mira la situación política de nuestros días?
Al mediodía me han llamado de un periódico de Madrid para hacerme una entrevista y me han preguntado sobre el movimiento político actual de acercamiento. Yo he respondido que en Euskal Herria siempre han predominado dos tendencias: la de los carlistas y la de los liberales. Si la primera Guerra Civil se resolvió con un Abrazo de Bergara, ¿por qué no vamos a resolver el problema de ahora con otro abrazo? Creo que hay que hacer muchas concesiones. No podemos seguir en la cuarta guerra civil. Porque esto es una guerra larvada. No hay cañones, no hay líneas de fuego ni soldados, pero hay tantos muertos como en cualquier otra guerra. No sé lo que va a pasar. Yo no soy político pero me imagino que hay pretensiones que ninguna de las dos partes va a conceder. También está el peso de la gente que está fuera de Euskal Herria. Desde aquí podemos verlo de una forma particular pero desde fuera se ve de otra manera. Lo malo es que nos hemos habituado a esta situación. Tiene que ver una flexibilidad muy grande y tiene que pasar mucho tiempo.
Pío Caro Baroja (Madrid, 5 de abril de 1928)
Pío Caro Baroja, cuarto y último hijo de Rafael Caro Regio y Carmen Baroja Nessi, es sobrino del novelista Pío Baroja y del pintor Ricardo Baroja, y hermano del historiador y antropólogo Julio Caro Baroja. La película El ladrón de bicicletas, de Vittorio Sica, despertó su afición al cine, que ejercitó como crítico durante su estancia en México entre 1952 y 1959, donde también fue ayudante de dirección del cineasta mexicano Emilio Fernández. En dos películas que éste realizó con el poeta exiliado español Manuel Altolaguirre. En México dirigió sus dos primeros documentales de carácter etnográfico: Carnaval en Tepoztlán y Fiesta vasca en México, entre 1955 y 1956. A su vuelta a España fundó, en 1964, con su hermano Julio la productora Documentales Folclóricos de España, con la que rodó Los diablos danzantes (1964); El carnaval de Lanz (1964), y Romería de la Virgen de la Peña (1969). En su filmografía también destacan las cintas: Pescadores gallegos (1966); El País Vasco (1966); El País Vasco de Baroja (1967); Navarra, cuatro estaciones (1971-1972); Guipúzcoa (1978) o Baroja a través de Baroja.
Pío Caro también es autor de obras literaria de temática diversa sobre cine, cultura popular y memorias de su propia familia, con títulos como La soledad de Pío Baroja; Esos cojos del camino; El neorrealismo cinematográfico italiano; Las estructuras fundamentales del cine; Imagen y derrotero de Ricardo Baroja; El romancero del tío Miguelillo, Canciones de ida y vuelta; El Gachupín; El Gachupín en busca de la juventud perdida; o Itinerario sentimental, guía de Itzea, entre otros. Además, es editor y responsable de la edición de los poemarios Haizegunea, el viento sur, y Tres Barojas, libro de su madre Carmen Baroja Nessi.
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