“EL CORO.- Desde aquí oímos tu poderosa voz, Urtzi Thor. Hasta nosotros llega tu acento. ¡Ven, ven a estas tierras meridionales! ¡Abandona el país del sol de medianoche! ¡Todo vuelve, todo retorna, tú volverás también!

URTZI THOR.-¡Adiós! ¡Adiós, Pirineos próximos al Océano! ¡Montes suaves y luminosos! ¡Valles verdes y templados! ¡Aldeas sonrientes y sonoras! ¡Adiós viejos vascos altivos y joviales de perfil aguileño! ¡Adiós mozas alegres y danzarinas! Os saludo por última vez desde mis desiertos helados. ¡Adiós! ¡Adiós para siempre! ¡Adiós!”

(Pío Baroja: “La leyenda de Jaun de Alzate; Adiós Final.”)

El “Jaun de Alzate” de Pío Baroja, ¿una resonancia de “Fausto” en el Bidasoa? (I/II)

Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN

“EL CORO.-Desde aquí oímos tu poderosa voz, Urtzi Thor. Hasta nosotros llega tu acento. ¡Ven, ven a estas tierras meridionales! ¡Abandona el país del sol de medianoche! ¡Todo vuelve, todo retorna, tú volverás también!

URTZI THOR.-¡Adiós! ¡Adiós, Pirineos próximos al Océano! ¡Montes suaves y luminosos! ¡Valles verdes y templados! ¡Aldeas sonrientes y sonoras! ¡Adiós viejos vascos altivos y joviales de perfil aguileño! ¡Adiós mozas alegres y danzarinas! Os saludo por última vez desde mis desiertos helados. ¡Adiós! ¡Adiós para siempre! ¡Adiós!”

(Pío Baroja: “La leyenda de Jaun de Alzate; Adiós Final.”)

Mucho se ha hablado y escrito sobre Pío Baroja y sus ideas, tan pesimistas en la mayoría de los casos. También muchas veces no se lo ha comprendido. Debemos sin duda estar agradecidos a que se haya equivocado más de una vez, como por ejemplo cuando extendía, como médico que era, el certificado de defunción del euskera, falto según él de posibilidades de evolución y adaptación al mundo moderno. Pero siempre podemos coincidir en que los aportes de toda su vida de escritor marcaron gran parte de la cultura escrita de los vascos contemporáneos. Tras este pasado año en particular, cuando hemos recordado el cincuentenario de su muerte, se impone por todo eso una relectura de sus escritos en general1.

En este caso en especial, hemos de tratar un aspecto algo descuidado de su actividad literaria. La imagen que tuvo y transmitió en algunas de sus obras, acerca de la compleja Edad Media de Euskal Herria2, y con mayor detalle algunos aspectos específicos de la misma en “La leyenda de Jaun de Alzate”, su más extenso e interesante trabajo a ese respecto.

Es claro que la posición ideológica tan peculiar de Pío Baroja y su pertenencia a una época que apenas comenzaba a descubrir que detrás de la leyenda negra y de la leyenda blanca había mucho para hacer en pro del conocimiento real de aquellos tiempos, no podía permitirle ver con simpatía, mucho menos con cierto grado de objetividad, el medioevo en general, y en particular el correspondiente al espacio geográfico vasco3. De un modo que sin duda le hubiera chocado un poco de haber reflexionado sobre ello, las opiniones del gran escritor iban de la mano con aquellas tan interesantes definiciones que vieron la luz en Madrid en la época de las primeras ediciones modernas de los textos de Lope García de Salazar en cuanto a que toda Euskal Herria era en aquel momento nada más que una inmensa escabechina llevada a cabo por personajes que sólo pensaban en asesinarse mutuamente por cuestiones de honor mal entendido y que Dios librara a quienes se veían en medio de los grupos enfrentados. Harían falta muchos años y muchas investigaciones para poner las cosas en su justo punto y al respecto recién la década del ’40 del pasado siglo vería los primeros intentos de equilibrar el análisis y señalar que en las tierras vascas de aquel momento había también muchas gentes que no dedicaban todas sus energías a la guerra y la muerte traicionera. Pero volviendo a lo que tocábamos, en la introducción a “Las Bienandanzas...” que mencionábamos más arriba decía, por ejemplo, el destacado Trueba4: “Si la historia de la comarca en tales tiempos es una serie de violencias sin cuento, celadas, asaltos, desafíos y batallas campales en que lo más brioso y florido de su juventud perece; si los linajes se arman haciendo leva de vasallos, se arriman a un bando o se apartan de él, sin otro impulso que la ciega pasión de un momento; si se encuentran en un camino dos cabalgadas de bandera contraria, y sin previa declaración de guerra traban batalla para satisfacción insana de su odio, por hambre de reñir, y riñen hasta retirarse cansados, si en semejantes días la ira no se harta de espiar, sino que aguarda la ocasión y usa de élla sin duelo y con presteza; si el hogar es a veces campo de batalla y el ofendido o el que se cree tal, acompañado o sólo, según cuadra mejor a la seguridad de su venganza, acecha en todas partes, en el camino de una romería, en las puertas de un monasterio, al pasar el vado, en la espesura de un monte, a la sombra de una tapia, en las tinieblas, al mediodía, al yantar, al dormir, al armarse, al cabalgar, al pararse arredrado por un rumor extraño, al arremeter para salvar la trocha o el desfiladero; si el hombre dominado por una especie de vértigo, sólo halla placer en destruir a su semejante, en arrancarle la vida y arrebatarle los bienes y demolerle cuanto edificó...” Esta primera edición del texto más conocido de García de Salazar fue auspiciada por Alfonso XII, pero, con todo, no bastó el peso del real patrono para que casi al tiempo de su aparición se suscitara contra ella una cierta oposición que sostenía ser la misma demasiado “fuerte” en el relato que hacía de los tiempos antiguos. Nos informa al respecto Rafael González Orejas5: “Sobre la primera edición [...], Vicente de la Fuente en un severo informe presentado a la Real Academia de la Historia, califica estos escritos de ‘inmorales’...” Con seguridad el problema pasaba, antes que por la inmoralidad, por el hecho de que el viejo texto salazariego desnudaba actitudes que, más allá de ser por todos conocidas o al menos presumidas, afectaban la caballeresca imagen ideal de los grandes señores feudales “españoles” generada por el omnipresente romanticismo, cuando lo único que en realidad hacía era desvelar su humanidad, en nada diferente de la de tantos otros anteriores y posteriores, aquí y en todas partes...

Además de ese condicionamiento inevitable ejercido por su ambiente y su tiempo, la visión de don Pío no se evade de su cuasi constante pesimismo ¿unamuniano?, ¿”noventayochista”?... Lo cierto es que esa postura, la misma que hace clara la imagen que acuñara en torno de aquel soñado rincón bidasoano de una república en donde se viviera “sin moscas, sin frailes y sin carabineros”, tal vez nada más que épatant, que tanto le gustaba adoptar, lo puso muchas veces en aprietos, ocasionalmente muy serios, como por ejemplo en aquel oscuro verano de 1.936, cuando nuestro autor, ya tiempo atrás apartado del mundo cotidiano en su bienamada Itzea, recibió la visita de aquellos que muy acertadamente definiría algún autor español bastante enfrentado políticamente a Baroja, como retornados desde un hondón del siglo XIX –lo cual no deberíamos entender necesariamente como una calificación peyorativa sino más bien metodológica–, es decir los carlistas del Requeté, que al parecer no habían olvidado algunas de esas hirientes palabras que cada tanto dejaba deslizar en sus obras el ya veterano escritor.

Invirtiendo el viejo refrán, “donde las toman las dan”, y parece que esto último no auguraba en aquel momento nada bueno para la supervivencia de Baroja, de no haber sido por la intercesión de los mandos carlistas navarros quienes supieron comprender a tiempo que ya, como hubiera merecido casi en aquel mismo momento Unamuno, el escritor estaba más allá de las luchas ideológicas. Como sea, por desgracia muchos otros, muchísimos y de ambos bandos, no salieron tan bien librados, con un no muy prolongado destierro parisino como él lo hiciera...

En fin de cuentas, la articulación general que da marco a la trama de “Zalacaín el aventurero” –1.909–, historia que transcurre durante la última ‘Carlistada’ y en donde se deslizan casi constantemente los duros ataques de don Pío a todo lo que oliera a tradicionalismo y religión, es asimismo el juego especular a través de los tiempos de la recreación de un tema medieval vasco, que ha extraído de un texto que por lo visto conocía y amaba mucho: “Las Bienandanzas y Fortunas”, la repetición, siglos después, en otras circunstancias –el “eterno retorno” de la filosofía germana al cual tan afecto era Baroja, obviando los orígenes de la idea–, de un asesinato banderizo. El autor llega a adoptar la típica prosa salazariega en el capítulo V de esa obra suya, el titulado “De cómo murió Martín López de Zalacaín en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce”, atribuyendo al supuesto cronista “Íñigo Sánchez de Ezpeleta” una sangrienta historia muy al uso del terrible Lope y no muy apartada de la realidad además, puesto que la base verdadera sobre la cual edificó también la historia de “La leyenda de Jaun de Alzate” -trece años después, en 1.922-, la ha tomado sin lugar a dudas Baroja de los viejos textos de García de Salazar en primer término, como él mismo señala en algún pasaje acerca de la familia de Alzate histórica: “Los Alzate fueron banderizos influyentes, y de ellos habla Lope García de Salazar en su obra de Las bienandanzas y fortunas, en el Libro XXII. Se les ve intervenir en las luchas de los linajes de Guipúzcoa, y, al parecer, unas veces son amigos de los Oñez y otras de los Gamboas.”6 La referencia, algo confusa, que trae Baroja acerca de sus antepasados de Alzate que figuran en la obra de Lope, es la que va en el Libro XXII del banderizo desde el fin de la segunda columna del folio 71 hasta la línea 36 de la primera columna del siguiente y transcribimos en nota7.

Baroja produce un texto nuevo por el procedimiento de cortar y reformar partes de la crónica salazariega, como podemos notar comparando su relato del “Zalacaín...” con las narraciones de Lope que preceden inmediatamente a las que indicamos en nota y aquí omitimos por encontrarse asimismo en el artículo de Iñaki Bazán ya mencionado en nota2: “-Bueno. Pues dice así. ‘Título: De cómo murió Martín López de Zalacaín, en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce.”

Leído esto, Soraberri tosió, escupió y comenzó esta relación con gran solemnidad.

‘Enemistad antigua señalada avya entre el solar d’Ohando, que es del reino de Navarra, é el de Zalacaín, que es en tierra de la Borte. E dicese que la causa della foe sobre envidia e a cual valia mas, e ficieronmuchos malheficios e los de Zalacain quemaron vivo al senyor de Sant Pedro en una pelea que ovyeron en el llano del Somo e porque no dexo fijo el dicho senyor de Sant Pedro casaron una su fija con Martin Lopez de Zalacain, ome muy andariego.’

‘E dicho Martin Lopez seyendo venido a la billa d’Urbia foe desafiado por Mosen de Sant Pedro, del solar d’Ohando, que era sobrino del otro senyor de Sant Pedro e que habia fecho muchos malheficios, asechanzas e rrobos.’

‘E Martin Lopez contestole a su desafiamiento: Como vos sabedes yo so contado aqui por el mas esforzado ome y ardite en el fecho de las armas en toda esta tierra y paresce que los d’Ohando a vos han traido por la mejor lanza de Navarra por vengar la muerte de mi suegro que foe en la pelea con lealtad en el Somo e como el cuibdaba matar a mi, yo a el.’

‘E por ende si a vos pluguiese que nos probemos vos e yo, uno para otro, fasta que uno de nos o ambos por ventura muramos, a mi plasera mucho e aquí presto.’

‘E respondiole Mosen de Sant Pedro que le plasia e se citaron en el prado de Sant Ana. En esta sazon venya dicho Martin Lopez encima de su cavallo como esforzado cavallero e antes de pelear con Mosen de Sant Pedro fue herido de una saeta que le entro por un ojo e cayo muerto del cavallo en medio del prado. E lo desjarretaron. E preparo la asechanza e armo la ballestta e la disparo Velche de Micolalde, deudo e amigo de Mosen de Sant Pedro d’Ohando. E los omes de Martin Lopez como le veyeron muertto e eran pocos enfrente de los de Ohando, ovyeron muy grant miedo e comenzaron todos a fugir.’

‘E cuando lo supo la mujer de Martin Lopez fue la triste al prado de Sant Ana, e cuando vido el cuerpo de su marido, sangriento e mutilado, se afinojo, prisole en sus brazos e comenzo a llorar maldiciendo la guerra e su mala fortuna. E esto pasaba en el año de Nuestro Señor de mil cuatrocientos y doce.’

Cuando concluyó el señor Soraberri...”

Lo mismo se hace claro en una obra menor de su pluma, “La Dama de Urtubi y otras historias más.”, a lo largo de la cual, si bien transcurre la acción en el siglo XVII, en el período de los grandes procesos contra la brujería llevados a efecto por Pierre de Lancre y sus colegas, vuelve a mencionar, rescatando con pequeñas variaciones, trozos de la vida medieval del linaje emparentado de Alzate:

“- Es extraño. Sin duda se conserva en el pueblo el recuerdo de la rivalidad de las dos familias. Pues sí, es cierto. Los Urtubis y los Saint-Pée fueron antiguamente enemigos encarnizados. Se disputaban la dirección del Labourd. Mis antepasados y los tuyos, que tenían su apellido, Álzate, lucharon repetidas veces con los Saint-Pée. Los Alzates contábamos con partidarios en la parte de allá de los Pirineos; don Rodrigo de Álzate, patrono del barrio que lleva su nombre en Vera de Navarra, era uno de nuestros aliados. Teníamos también derecho a ocupar y guarnecer un torreón fortificado en el Bidasoa. Al iniciarse en el país vascoespañol la guerra de los linajes, la política hizo que nosotros nos uniéramos con el bando gamboíno y los Saint-Pée con el oñacino. En 1413, un Saint-Pée mató a un Álzate, señor de Urtubi, a traición, según nuestras crónicas; los de Urtubi, reunidos con hombres de solares amigos y con el capitán Fernando de Gamboa, que vino de Guipúzcoa, avanzaron hasta Saint-Pée a sangre y a fuego; pero a la vuelta cayeron en una emboscada, y murieron asaeteados casi todos los nuestros, entre ellos Fernando de Gamboa. Al desaparecer en Francia la influencia española, se extinguió la rivalidad entre oñacinos y gamboínos, y en 1514, época en que Luis de Álzate, barón de Urtubi, era copero de Luis XII y su bailío en el Labourd, las dos familias se reconciliaron y se olvidaron los antiguos resentimientos.”

Esto en cuanto a la aproximación general de nuestro autor a esa época del pasado vasco que sin duda no le debía agradar demasiado, si bien tal vez por eso mismo su compleja personalidad se deleitaba en volver a élla constantemente, como hemos señalado, ya por obras completas, ya por menciones sueltas. Es que seguramente para él, el período medieval, como lo entendía, marcaba el momento preciso en el cual, de la mano con el paganismo, se alejaba la original libertad vasca, “encadenada” de allí en más por la creencia cristiana. Y así es que surge de su pluma el libro al cual dedicamos estas notas, su mayor incursión en el período medieval de Euskal Herria, como ya hemos señalado, escrita en una clave extraña, en la cual, sin embargo se hacen presentes dos de los motivos rectores de los escritos barojianos: la identificación del autor con el personaje y la visión desengañada de la vida. Más de una década después de la aparición del “Jaun...”, Ricardo Gullón al hablar de las obras de don Pío especificaba una serie de rasgos propios de la actividad creativa de aquel que, si bien extraídos de la consideración del “Aviraneta...”, pueden ser transportados sin problemas a toda su producción: “Esta actitud suya anárquica se contrapesa con una rectitud interna de primer orden, un afán de trabajo que es en él constante, ir trazando sus obras al filo de los días en incesante labor, en rebusca de textos y datos que sirvan de oxígeno a la atmósfera de su novelística. Pues van sus creaciones enfiladas hacia el rasgo significativo y pocas veces se ha llegado a mejor depuración en el arte de enterarse de las cosas que la conseguida por Pío Baroja, quien sabe rendirnos por una historia bien ligada al ambiente de un lugar y de un momento. Copia cuando hace falta, en las biografías especialmente, pero todo cuanto pasa por su pluma queda por este hecho incorporado a la obra como específicamente suyo, secreto del auténtico escritor que domina cuanto toca...”

“El gusto de Baroja por la anécdota le lleva, con cierta frecuencia, extraviado de su camino: sale con el personaje, lo agita en todos los sentidos y en cada esquina inventa un azar que le atrae, un cuentecillo que le adormece, hasta que, a medio andar, se encuentran autor y personaje perplejos, sin saber a donde ir porque se les olvidó la meta o porque pudiera ocurrir que su salida no tuviera otro objeto que cazar peripecias, irse, poco a poco, sepultando bajo inquietudes y sobresaltos hasta quedar inmóviles, dando la sensación de que figura y creador se han cansado de tanto azacanear a la deriva. Y no es realmente que la criatura barojiana ame la aventura; en general es impaciente, no goza del azar porque vive una intriga soñando con la que ha de seguirla, apenas ha llegado y está deseando marcharse.”8

Estos rasgos tan bien demarcados saltan a la vista en Jaun, a la par con otros motivos sobre los cuales hemos de hablar en la segunda parte.

Bibliografía:

Baroja, Pío: “Desde la última vuelta del camino –Memorias– Bagatelas de otoño”, Biblioteca Nueva, Madrid, 1.949.

“La leyenda de Jaun de Alzate”, Espasa Calpe, Madrid, 1.972.

“El País Vasco”, Labor, Barcelona, 1.953.

“Obras completas”, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1.948..

Matus, Eugenio: “Introducción a Baroja”, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Santiago de Chile, 1.972.

Placer, Eloy L.: “Lo vasco en Pío Baroja”, Ekin, Buenos Aires, 1.968.

1 Como se decía en el final de un severo artículo del “Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos” (año VII, Vol. II, nº 27, Buenos Aires, Octubre-Diciembre 1.956, pp. 239-40), al dar la noticia de su muerte: “De corazón deseamos a su atormentado espíritu, en recompensa de su laboriosidad ejemplar, de la difusión de nuestras bellezas naturales y tipos humanos por el mundo, el descanso sempiterno.”

2 Iñaki Bazán ha escrito un interesante artículo titulado “La influencia de ‘Las Bienandanzas e Fortunas’ de Lope García de Salazar en la obra de Pío Baroja”, en ‘Euskonews & Media’, 66ª edición, 2.000/2/11-18), en el cual se trata en especial el manejo hecho por Baroja del clásico del banderizo vizcaíno en su ‘Zalacaín el aventurero’.

3 Precisamente el mismo articulista citado en la nota 1, decía al respecto en el artículo fúnebre de don Pío que: “Con excepción del terruño, el mar, parte del folklore y versillos euskéricos y un primitivismo pagano vivamente estereotipado en ‘Jaun de Alzate’, [subrayado nuestro] lo más amado por el pueblo vasco, fue para D. Pío, abominable” Pensamos que es por lo demás posible que lo estereotipado en el ‘Jaun...’, no sólo del paganismo sino de la mayoría de las actitudes de los personajes, obedezca precisamente al aire de Fausto en tono menor que el autor impone a sabiendas a la obra y además -como tendremos ocasión de mencionar avanzando en el cuerpo del artículo-, a una muy barojiana toma de posición crítica ante aquel otro clásico vasco, la archifamosa “Amaya” de Navarro Villoslada.

4 Antonio de Trueba, Cronista de Bizkaia desde 1.862, había asimismo abrevado en la obra de Lope García de Salazar para algunas de sus producciones literarias propias -v. g. “La Paloma y los Halcones”, de 1.865-, y a su triple condición de autor, cronista y coterráneo del banderizo famoso debió el honor de prologar aquella primera edicion madrileña de Maximiliano Camarón, de 1.884.

5 “don lope garcía de salazar”, Bilbao Bizkaia Kutxa, Bilbo, 1.990, p. 28.

6 Baroja, Pío: “El País Vasco”, Labor, Barcelona, 1.953, p. 288.

7 “En el año del Señor de UCCCCXIIJ años o / viendo guerra Mosen Juan de Sant Pedro con el so / lar de Alçate que es en Nauarra que era su / comarcano e diole salto vna aluorada / al pie de su casa e salieron a pelear con / el e fueron ençerrados e quedaron muer / tos el señor de Alçate e vn fijo legitimo / que el auja. // Fechas estas muertes desposo Ferrando / de Gamboa que biuja en la Renteria de Go / yaçu a su fijo Juan de Gamboa con fija ere / dera que dexo aquel Señor de Alçate e ayun / taronse con el dicho Ferrando de Gamboa de to / dos los solares de los Gamboynos de Guj / puscoa çiertos escuderos e fisieron / se grande gente e pasaron por Yruña A / rançu e a Sant Juan de Lus e los de Alcate / por la otra parte, Mosen Juan Señor de San Pedro con sus parientes e con CL lacayos / que le venjeron de los solares de Ones e de / Gujpuscoa saliolos a Reçeujr ençi / ma de su cauallo como esforçado ca / uallero e pelearon en vn llano ençima / del Somo que es entre San Juan de Lus e / Sant Pedro e fueron desuaratados los Gam / boynos e morio alli aquel Ferrando de / Gamboa e muchos de los suyos e seguj / eronlos en el alcançe fasta el Rio que vie / ne a Sant Juan de Lus e afogaronse / muchos en el que estaua creçida la mar / por manera que en el campo e en el alcançe / e en el Rio morieron CL omes e perdieron / todas las armas que leuauan e asi tor / naron destroçados los que escaparon.”

8 Ricardo Gullón: “Pulso de Pío Baroja”, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2007 Edición digital a partir de Isla. Hojas de arte y letras, núm. 7-8 (1935), pp. 184-189 por cortesía de los herederos del autor.

El “Jaun de Alzate” de Pío Baroja, ¿una resonancia de “Fausto” en el Bidasoa? (I/II)

Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN

“EL CORO.-Desde aquí oímos tu poderosa voz, Urtzi Thor. Hasta nosotros llega tu acento. ¡Ven, ven a estas tierras meridionales! ¡Abandona el país del sol de medianoche! ¡Todo vuelve, todo retorna, tú volverás también!

URTZI THOR.-¡Adiós! ¡Adiós, Pirineos próximos al Océano! ¡Montes suaves y luminosos! ¡Valles verdes y templados! ¡Aldeas sonrientes y sonoras! ¡Adiós viejos vascos altivos y joviales de perfil aguileño! ¡Adiós mozas alegres y danzarinas! Os saludo por última vez desde mis desiertos helados. ¡Adiós! ¡Adiós para siempre! ¡Adiós!”

(Pío Baroja: “La leyenda de Jaun de Alzate; Adiós Final.”)

Mucho se ha hablado y escrito sobre Pío Baroja y sus ideas, tan pesimistas en la mayoría de los casos. También muchas veces no se lo ha comprendido. Debemos sin duda estar agradecidos a que se haya equivocado más de una vez, como por ejemplo cuando extendía, como médico que era, el certificado de defunción del euskera, falto según él de posibilidades de evolución y adaptación al mundo moderno. Pero siempre podemos coincidir en que los aportes de toda su vida de escritor marcaron gran parte de la cultura escrita de los vascos contemporáneos. Tras este pasado año en particular, cuando hemos recordado el cincuentenario de su muerte, se impone por todo eso una relectura de sus escritos en general1.

En este caso en especial, hemos de tratar un aspecto algo descuidado de su actividad literaria. La imagen que tuvo y transmitió en algunas de sus obras, acerca de la compleja Edad Media de Euskal Herria2, y con mayor detalle algunos aspectos específicos de la misma en “La leyenda de Jaun de Alzate”, su más extenso e interesante trabajo a ese respecto.

Es claro que la posición ideológica tan peculiar de Pío Baroja y su pertenencia a una época que apenas comenzaba a descubrir que detrás de la leyenda negra y de la leyenda blanca había mucho para hacer en pro del conocimiento real de aquellos tiempos, no podía permitirle ver con simpatía, mucho menos con cierto grado de objetividad, el medioevo en general, y en particular el correspondiente al espacio geográfico vasco3. De un modo que sin duda le hubiera chocado un poco de haber reflexionado sobre ello, las opiniones del gran escritor iban de la mano con aquellas tan interesantes definiciones que vieron la luz en Madrid en la época de las primeras ediciones modernas de los textos de Lope García de Salazar en cuanto a que toda Euskal Herria era en aquel momento nada más que una inmensa escabechina llevada a cabo por personajes que sólo pensaban en asesinarse mutuamente por cuestiones de honor mal entendido y que Dios librara a quienes se veían en medio de los grupos enfrentados. Harían falta muchos años y muchas investigaciones para poner las cosas en su justo punto y al respecto recién la década del ’40 del pasado siglo vería los primeros intentos de equilibrar el análisis y señalar que en las tierras vascas de aquel momento había también muchas gentes que no dedicaban todas sus energías a la guerra y la muerte traicionera. Pero volviendo a lo que tocábamos, en la introducción a “Las Bienandanzas...” que mencionábamos más arriba decía, por ejemplo, el destacado Trueba4: “Si la historia de la comarca en tales tiempos es una serie de violencias sin cuento, celadas, asaltos, desafíos y batallas campales en que lo más brioso y florido de su juventud perece; si los linajes se arman haciendo leva de vasallos, se arriman a un bando o se apartan de él, sin otro impulso que la ciega pasión de un momento; si se encuentran en un camino dos cabalgadas de bandera contraria, y sin previa declaración de guerra traban batalla para satisfacción insana de su odio, por hambre de reñir, y riñen hasta retirarse cansados, si en semejantes días la ira no se harta de espiar, sino que aguarda la ocasión y usa de élla sin duelo y con presteza; si el hogar es a veces campo de batalla y el ofendido o el que se cree tal, acompañado o sólo, según cuadra mejor a la seguridad de su venganza, acecha en todas partes, en el camino de una romería, en las puertas de un monasterio, al pasar el vado, en la espesura de un monte, a la sombra de una tapia, en las tinieblas, al mediodía, al yantar, al dormir, al armarse, al cabalgar, al pararse arredrado por un rumor extraño, al arremeter para salvar la trocha o el desfiladero; si el hombre dominado por una especie de vértigo, sólo halla placer en destruir a su semejante, en arrancarle la vida y arrebatarle los bienes y demolerle cuanto edificó...” Esta primera edición del texto más conocido de García de Salazar fue auspiciada por Alfonso XII, pero, con todo, no bastó el peso del real patrono para que casi al tiempo de su aparición se suscitara contra ella una cierta oposición que sostenía ser la misma demasiado “fuerte” en el relato que hacía de los tiempos antiguos. Nos informa al respecto Rafael González Orejas5: “Sobre la primera edición [...], Vicente de la Fuente en un severo informe presentado a la Real Academia de la Historia, califica estos escritos de ‘inmorales’...” Con seguridad el problema pasaba, antes que por la inmoralidad, por el hecho de que el viejo texto salazariego desnudaba actitudes que, más allá de ser por todos conocidas o al menos presumidas, afectaban la caballeresca imagen ideal de los grandes señores feudales “españoles” generada por el omnipresente romanticismo, cuando lo único que en realidad hacía era desvelar su humanidad, en nada diferente de la de tantos otros anteriores y posteriores, aquí y en todas partes...

Además de ese condicionamiento inevitable ejercido por su ambiente y su tiempo, la visión de don Pío no se evade de su cuasi constante pesimismo ¿unamuniano?, ¿”noventayochista”?... Lo cierto es que esa postura, la misma que hace clara la imagen que acuñara en torno de aquel soñado rincón bidasoano de una república en donde se viviera “sin moscas, sin frailes y sin carabineros”, tal vez nada más que épatant, que tanto le gustaba adoptar, lo puso muchas veces en aprietos, ocasionalmente muy serios, como por ejemplo en aquel oscuro verano de 1.936, cuando nuestro autor, ya tiempo atrás apartado del mundo cotidiano en su bienamada Itzea, recibió la visita de aquellos que muy acertadamente definiría algún autor español bastante enfrentado políticamente a Baroja, como retornados desde un hondón del siglo XIX –lo cual no deberíamos entender necesariamente como una calificación peyorativa sino más bien metodológica–, es decir los carlistas del Requeté, que al parecer no habían olvidado algunas de esas hirientes palabras que cada tanto dejaba deslizar en sus obras el ya veterano escritor.

Invirtiendo el viejo refrán, “donde las toman las dan”, y parece que esto último no auguraba en aquel momento nada bueno para la supervivencia de Baroja, de no haber sido por la intercesión de los mandos carlistas navarros quienes supieron comprender a tiempo que ya, como hubiera merecido casi en aquel mismo momento Unamuno, el escritor estaba más allá de las luchas ideológicas. Como sea, por desgracia muchos otros, muchísimos y de ambos bandos, no salieron tan bien librados, con un no muy prolongado destierro parisino como él lo hiciera...

En fin de cuentas, la articulación general que da marco a la trama de “Zalacaín el aventurero” –1.909–, historia que transcurre durante la última ‘Carlistada’ y en donde se deslizan casi constantemente los duros ataques de don Pío a todo lo que oliera a tradicionalismo y religión, es asimismo el juego especular a través de los tiempos de la recreación de un tema medieval vasco, que ha extraído de un texto que por lo visto conocía y amaba mucho: “Las Bienandanzas y Fortunas”, la repetición, siglos después, en otras circunstancias –el “eterno retorno” de la filosofía germana al cual tan afecto era Baroja, obviando los orígenes de la idea–, de un asesinato banderizo. El autor llega a adoptar la típica prosa salazariega en el capítulo V de esa obra suya, el titulado “De cómo murió Martín López de Zalacaín en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce”, atribuyendo al supuesto cronista “Íñigo Sánchez de Ezpeleta” una sangrienta historia muy al uso del terrible Lope y no muy apartada de la realidad además, puesto que la base verdadera sobre la cual edificó también la historia de “La leyenda de Jaun de Alzate” -trece años después, en 1.922-, la ha tomado sin lugar a dudas Baroja de los viejos textos de García de Salazar en primer término, como él mismo señala en algún pasaje acerca de la familia de Alzate histórica: “Los Alzate fueron banderizos influyentes, y de ellos habla Lope García de Salazar en su obra de Las bienandanzas y fortunas, en el Libro XXII. Se les ve intervenir en las luchas de los linajes de Guipúzcoa, y, al parecer, unas veces son amigos de los Oñez y otras de los Gamboas.”6 La referencia, algo confusa, que trae Baroja acerca de sus antepasados de Alzate que figuran en la obra de Lope, es la que va en el Libro XXII del banderizo desde el fin de la segunda columna del folio 71 hasta la línea 36 de la primera columna del siguiente y transcribimos en nota7.

Baroja produce un texto nuevo por el procedimiento de cortar y reformar partes de la crónica salazariega, como podemos notar comparando su relato del “Zalacaín...” con las narraciones de Lope que preceden inmediatamente a las que indicamos en nota y aquí omitimos por encontrarse asimismo en el artículo de Iñaki Bazán ya mencionado en nota2: “-Bueno. Pues dice así. ‘Título: De cómo murió Martín López de Zalacaín, en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce.”

Leído esto, Soraberri tosió, escupió y comenzó esta relación con gran solemnidad.

‘Enemistad antigua señalada avya entre el solar d’Ohando, que es del reino de Navarra, é el de Zalacaín, que es en tierra de la Borte. E dicese que la causa della foe sobre envidia e a cual valia mas, e ficieronmuchos malheficios e los de Zalacain quemaron vivo al senyor de Sant Pedro en una pelea que ovyeron en el llano del Somo e porque no dexo fijo el dicho senyor de Sant Pedro casaron una su fija con Martin Lopez de Zalacain, ome muy andariego.’

‘E dicho Martin Lopez seyendo venido a la billa d’Urbia foe desafiado por Mosen de Sant Pedro, del solar d’Ohando, que era sobrino del otro senyor de Sant Pedro e que habia fecho muchos malheficios, asechanzas e rrobos.’

‘E Martin Lopez contestole a su desafiamiento: Como vos sabedes yo so contado aqui por el mas esforzado ome y ardite en el fecho de las armas en toda esta tierra y paresce que los d’Ohando a vos han traido por la mejor lanza de Navarra por vengar la muerte de mi suegro que foe en la pelea con lealtad en el Somo e como el cuibdaba matar a mi, yo a el.’

‘E por ende si a vos pluguiese que nos probemos vos e yo, uno para otro, fasta que uno de nos o ambos por ventura muramos, a mi plasera mucho e aquí presto.’

‘E respondiole Mosen de Sant Pedro que le plasia e se citaron en el prado de Sant Ana. En esta sazon venya dicho Martin Lopez encima de su cavallo como esforzado cavallero e antes de pelear con Mosen de Sant Pedro fue herido de una saeta que le entro por un ojo e cayo muerto del cavallo en medio del prado. E lo desjarretaron. E preparo la asechanza e armo la ballestta e la disparo Velche de Micolalde, deudo e amigo de Mosen de Sant Pedro d’Ohando. E los omes de Martin Lopez como le veyeron muertto e eran pocos enfrente de los de Ohando, ovyeron muy grant miedo e comenzaron todos a fugir.’

‘E cuando lo supo la mujer de Martin Lopez fue la triste al prado de Sant Ana, e cuando vido el cuerpo de su marido, sangriento e mutilado, se afinojo, prisole en sus brazos e comenzo a llorar maldiciendo la guerra e su mala fortuna. E esto pasaba en el año de Nuestro Señor de mil cuatrocientos y doce.’

Cuando concluyó el señor Soraberri...”

Lo mismo se hace claro en una obra menor de su pluma, “La Dama de Urtubi y otras historias más.”, a lo largo de la cual, si bien transcurre la acción en el siglo XVII, en el período de los grandes procesos contra la brujería llevados a efecto por Pierre de Lancre y sus colegas, vuelve a mencionar, rescatando con pequeñas variaciones, trozos de la vida medieval del linaje emparentado de Alzate:

“- Es extraño. Sin duda se conserva en el pueblo el recuerdo de la rivalidad de las dos familias. Pues sí, es cierto. Los Urtubis y los Saint-Pée fueron antiguamente enemigos encarnizados. Se disputaban la dirección del Labourd. Mis antepasados y los tuyos, que tenían su apellido, Álzate, lucharon repetidas veces con los Saint-Pée. Los Alzates contábamos con partidarios en la parte de allá de los Pirineos; don Rodrigo de Álzate, patrono del barrio que lleva su nombre en Vera de Navarra, era uno de nuestros aliados. Teníamos también derecho a ocupar y guarnecer un torreón fortificado en el Bidasoa. Al iniciarse en el país vascoespañol la guerra de los linajes, la política hizo que nosotros nos uniéramos con el bando gamboíno y los Saint-Pée con el oñacino. En 1413, un Saint-Pée mató a un Álzate, señor de Urtubi, a traición, según nuestras crónicas; los de Urtubi, reunidos con hombres de solares amigos y con el capitán Fernando de Gamboa, que vino de Guipúzcoa, avanzaron hasta Saint-Pée a sangre y a fuego; pero a la vuelta cayeron en una emboscada, y murieron asaeteados casi todos los nuestros, entre ellos Fernando de Gamboa. Al desaparecer en Francia la influencia española, se extinguió la rivalidad entre oñacinos y gamboínos, y en 1514, época en que Luis de Álzate, barón de Urtubi, era copero de Luis XII y su bailío en el Labourd, las dos familias se reconciliaron y se olvidaron los antiguos resentimientos.”

Esto en cuanto a la aproximación general de nuestro autor a esa época del pasado vasco que sin duda no le debía agradar demasiado, si bien tal vez por eso mismo su compleja personalidad se deleitaba en volver a élla constantemente, como hemos señalado, ya por obras completas, ya por menciones sueltas. Es que seguramente para él, el período medieval, como lo entendía, marcaba el momento preciso en el cual, de la mano con el paganismo, se alejaba la original libertad vasca, “encadenada” de allí en más por la creencia cristiana. Y así es que surge de su pluma el libro al cual dedicamos estas notas, su mayor incursión en el período medieval de Euskal Herria, como ya hemos señalado, escrita en una clave extraña, en la cual, sin embargo se hacen presentes dos de los motivos rectores de los escritos barojianos: la identificación del autor con el personaje y la visión desengañada de la vida. Más de una década después de la aparición del “Jaun...”, Ricardo Gullón al hablar de las obras de don Pío especificaba una serie de rasgos propios de la actividad creativa de aquel que, si bien extraídos de la consideración del “Aviraneta...”, pueden ser transportados sin problemas a toda su producción: “Esta actitud suya anárquica se contrapesa con una rectitud interna de primer orden, un afán de trabajo que es en él constante, ir trazando sus obras al filo de los días en incesante labor, en rebusca de textos y datos que sirvan de oxígeno a la atmósfera de su novelística. Pues van sus creaciones enfiladas hacia el rasgo significativo y pocas veces se ha llegado a mejor depuración en el arte de enterarse de las cosas que la conseguida por Pío Baroja, quien sabe rendirnos por una historia bien ligada al ambiente de un lugar y de un momento. Copia cuando hace falta, en las biografías especialmente, pero todo cuanto pasa por su pluma queda por este hecho incorporado a la obra como específicamente suyo, secreto del auténtico escritor que domina cuanto toca...”

“El gusto de Baroja por la anécdota le lleva, con cierta frecuencia, extraviado de su camino: sale con el personaje, lo agita en todos los sentidos y en cada esquina inventa un azar que le atrae, un cuentecillo que le adormece, hasta que, a medio andar, se encuentran autor y personaje perplejos, sin saber a donde ir porque se les olvidó la meta o porque pudiera ocurrir que su salida no tuviera otro objeto que cazar peripecias, irse, poco a poco, sepultando bajo inquietudes y sobresaltos hasta quedar inmóviles, dando la sensación de que figura y creador se han cansado de tanto azacanear a la deriva. Y no es realmente que la criatura barojiana ame la aventura; en general es impaciente, no goza del azar porque vive una intriga soñando con la que ha de seguirla, apenas ha llegado y está deseando marcharse.”8

Estos rasgos tan bien demarcados saltan a la vista en Jaun, a la par con otros motivos sobre los cuales hemos de hablar en la segunda parte.

Bibliografía:

Baroja, Pío: “Desde la última vuelta del camino –Memorias– Bagatelas de otoño”, Biblioteca Nueva, Madrid, 1.949.

“La leyenda de Jaun de Alzate”, Espasa Calpe, Madrid, 1.972.

“El País Vasco”, Labor, Barcelona, 1.953.

“Obras completas”, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1.948..

Matus, Eugenio: “Introducción a Baroja”, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Santiago de Chile, 1.972.

Placer, Eloy L.: “Lo vasco en Pío Baroja”, Ekin, Buenos Aires, 1.968.

1 Como se decía en el final de un severo artículo del “Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos” (año VII, Vol. II, nº 27, Buenos Aires, Octubre-Diciembre 1.956, pp. 239-40), al dar la noticia de su muerte: “De corazón deseamos a su atormentado espíritu, en recompensa de su laboriosidad ejemplar, de la difusión de nuestras bellezas naturales y tipos humanos por el mundo, el descanso sempiterno.”

2 Iñaki Bazán ha escrito un interesante artículo titulado “La influencia de ‘Las Bienandanzas e Fortunas’ de Lope García de Salazar en la obra de Pío Baroja”, en ‘Euskonews & Media’, 66ª edición, 2.000/2/11-18), en el cual se trata en especial el manejo hecho por Baroja del clásico del banderizo vizcaíno en su ‘Zalacaín el aventurero’.

3 Precisamente el mismo articulista citado en la nota 1, decía al respecto en el artículo fúnebre de don Pío que: “Con excepción del terruño, el mar, parte del folklore y versillos euskéricos y un primitivismo pagano vivamente estereotipado en ‘Jaun de Alzate’, [subrayado nuestro] lo más amado por el pueblo vasco, fue para D. Pío, abominable” Pensamos que es por lo demás posible que lo estereotipado en el ‘Jaun...’, no sólo del paganismo sino de la mayoría de las actitudes de los personajes, obedezca precisamente al aire de Fausto en tono menor que el autor impone a sabiendas a la obra y además -como tendremos ocasión de mencionar avanzando en el cuerpo del artículo-, a una muy barojiana toma de posición crítica ante aquel otro clásico vasco, la archifamosa “Amaya” de Navarro Villoslada.

4 Antonio de Trueba, Cronista de Bizkaia desde 1.862, había asimismo abrevado en la obra de Lope García de Salazar para algunas de sus producciones literarias propias -v. g. “La Paloma y los Halcones”, de 1.865-, y a su triple condición de autor, cronista y coterráneo del banderizo famoso debió el honor de prologar aquella primera edicion madrileña de Maximiliano Camarón, de 1.884.

5 “don lope garcía de salazar”, Bilbao Bizkaia Kutxa, Bilbo, 1.990, p. 28.

6 Baroja, Pío: “El País Vasco”, Labor, Barcelona, 1.953, p. 288.

7 “En el año del Señor de UCCCCXIIJ años o / viendo guerra Mosen Juan de Sant Pedro con el so / lar de Alçate que es en Nauarra que era su / comarcano e diole salto vna aluorada / al pie de su casa e salieron a pelear con / el e fueron ençerrados e quedaron muer / tos el señor de Alçate e vn fijo legitimo / que el auja. // Fechas estas muertes desposo Ferrando / de Gamboa que biuja en la Renteria de Go / yaçu a su fijo Juan de Gamboa con fija ere / dera que dexo aquel Señor de Alçate e ayun / taronse con el dicho Ferrando de Gamboa de to / dos los solares de los Gamboynos de Guj / puscoa çiertos escuderos e fisieron / se grande gente e pasaron por Yruña A / rançu e a Sant Juan de Lus e los de Alcate / por la otra parte, Mosen Juan Señor de San Pedro con sus parientes e con CL lacayos / que le venjeron de los solares de Ones e de / Gujpuscoa saliolos a Reçeujr ençi / ma de su cauallo como esforçado ca / uallero e pelearon en vn llano ençima / del Somo que es entre San Juan de Lus e / Sant Pedro e fueron desuaratados los Gam / boynos e morio alli aquel Ferrando de / Gamboa e muchos de los suyos e seguj / eronlos en el alcançe fasta el Rio que vie / ne a Sant Juan de Lus e afogaronse / muchos en el que estaua creçida la mar / por manera que en el campo e en el alcançe / e en el Rio morieron CL omes e perdieron / todas las armas que leuauan e asi tor / naron destroçados los que escaparon.”

8 Ricardo Gullón: “Pulso de Pío Baroja”, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2007 Edición digital a partir de Isla. Hojas de arte y letras, núm. 7-8 (1935), pp. 184-189 por cortesía de los herederos del autor.

CENTRO VASCO LIMA

CENTRO VASCO LIMA

CENTRO VASCO LIMA

CENTRO VASCO LIMA

centro vasco lima

centro vasco lima

sábado, 10 de diciembre de 2011

Pío Baroja y Nessi

Célebre novelista guipuzcoano, de proyección universal, nacido en Donostia-San Sebastián el 28 de diciembre de 1872 y fallecido en Madrid el 30 de octubre de 1956.

Estudió la carrera de Medicina en Madrid y Valencia, doctorándose en 1893. Era hijo de Serafín Baroja, un ingeniero de Minas de alma un tanto ingenua y bohemia, cuya verdadera vocación era también la literatura, que cultivó como second métier, y preferentemente en lengua vasca.

Don Serafín, a quien se debe incluso el libro de alguna ópera euskérica, se dedicó principalmente a escribir canciones, algunas de las cuales se harían famosas con el tiempo, como la del Zezen-Susko (o Toro de Fuego) y la Marcha de San Sebastián, a la que puso música el maestro Sarriegui. Así, pues, el que Pío heredara de su padre la inclinación literaria no puede extrañar a nadie.

En realidad, toda la familia, desde tiempos remotos, parece haber sentido la misma afición por las letras y los libros. Su bisabuelo Rafael Martínez de Baroja montó una imprenta en Oiartzun donde, ya a principios del s. XIX, se publicaba una hoja o gaceta titulada "La Papeleta de Oyarzun". El propio novelista confiesa en sus Memorias que una de las razones por las que profesaba simpatía a su abuela era precisamente la de su afición a la lectura. Como quiera que fuese, el caso es que al terminar la carrera, el joven Baroja fue destinado a Zestoa, en calidad de médico titular. Y ocurrió que, al poco tiempo de instalarse en aquella villa balnearia, tuvo tres importantes revelaciones. Tan importantes que decidieron el futuro de su vida. La primera de ellas consistió en percatarse que había estudiado una carrera para la que no tenía afición ni, por consiguiente, aptitudes. "Yo casi siempre empleaba los medicamentos a pequeñas dosis -confesaría muchos años después, con sinceridad y escepticismo de médico frustrado-, muchas veces no producían efecto; pero al menos, no corría el peligro de una torpeza. No dejaba de tener éxitos; pero me confesaba ingenuamente a mí mismo que, a pesar de mis éxitos, no hacía casi nunca un diagnóstico bien, un diagnóstico perfilado de buen médico". La segunda de sus revelaciones fue la de dar con su auténtica vocación. "Tenía allá -explica Baroja, veinticinco años después de su estancia en Cestona- un cuaderno grande que compré para poner la lista de las igualas, y como sobraban muchas hojas me puse a llenarlo de cuentos". Así nació su primer libro, Vidas sombrías. La tercera revelación implicaba su "reencuentro" con el país. Volvía a sentirse precisamente vasco. El joven que a los nueve años abandonara su Donostia natal, para pasar toda su niñez y adolescencia de la Ceca a la Meca -de San Sebastián a Pamplona; de Pamplona a Madrid; de Madrid a Valencia; de Valencia otra vez a Madrid...- regresa a Gipuzkoa lógicamente desarraigado, sin mostrar demasiado entusiasmo ni por el vascuence, ya semiolvidado, ni por las costumbres y el modo de ser de un país que le resultaba nuevo, ajeno y desconocido. Pero, de pronto, se produce el trauma psíquico que pondrá de manifiesto la esencialidad irrefragable de su propio vasquismo.

En uno de sus libros más característicos, abruptos y sinceros -y más famosos también-, en el tremendo Juventud, egolatría, publicado el año 1917, Baroja nos da una versión, muy concisa, como suya, pero tajante y definitiva, del "reencuentro" trascendental. "En Cestona empecé yo a sentirme vasco, y recogí este hilo de la raza, que ya para mí estaba perdido". Y llevado por este súbito y oscuro élan étnico escribiría, allí mismo, en aquel cuaderno suyo de médico de aldea, páginas de un vasquismo exaltado y entrañable, como Mari Belcha, Angelus, Noche de médico, etc. Páginas que aún no han podido ser olvidadas ni superadas.

Dos años duró su estancia en Zestoa, de donde, vista su inadaptabilidad a una profesión evidentemente mal elegida, después de algún intento fallido por establecerse en San Sebastián, decidió trasladarse a Madrid, en donde se hizo cargo de una panadería propiedad de una tía suya. Esta panadería la había venido regentando hasta entonces su hermano Ricardo, pero éste, al parecer, cansado de un negocio en el que no veía porvenir, quería dejarlo para ocuparse de cualquier otra cosa. La vocación volvió a imponerse y el panadero en ciernes hubo de ceder paso al escritor en agraz. Baroja, que ya en Zestoa utilizara el cuaderno de las igualas para escribir sus primeros tanteos literarios, se dedicaría también ahora a lo suyo. Dejemos que sea él quien nos lo cuente: "Este libro -se refería a La casa de Aizgorri- pensado en San Sebastián, lo escribí en Madrid, en un despacho húmedo y negro de la panadería donde estaba, mientras hacía cartuchos de perras grandes y chicas y tomaba la cuenta a los repartidores". También una gran parte de su Paradox fue escrita en aquel viejo despacho. Hasta que por fin llegó el momento de tomar una decisión. Era su cita con el destino. "Había sido -explica Baroja en sus Memorias- médico de pueblo, industrial, bolsista y aficionado a la literatura. Había conocido bastante gente. El ir a América no me seducía. Llegar a tener dinero a los cincuenta años no valía la pena para mí. Quería ensayar la literatura. Ya comprendía que ensayar la literatura daría poco resultado pecuniario, pero mientras tanto podía vivir pobremente, pero con ilusión. Y me decidí a ello". Los comienzos no fueron muy alentadores que digamos. Entonces no existían esas modernas plataformas de los premios literarios, capaces de lanzar y poner en la órbita de la celebridad, de la noche a la mañana, a un novelista desconocido. Había, pues, que ascender lentamente, peldaño por peldaño.

Así, sus primeras obras pasaron completamente desapercibidas para el público. Pero hubo gente de la profesión que intuyó que allí había algo desacostumbrado. Y escritores como Unamuno, Azorín, Valle-Inclán y Marquina, se ocuparon con interés de nuestro joven don nadie. Después apareció Camino de perfección (1902) y esta novela ya despertó cierta curiosidad. En realidad, fue su primer éxito y le valió un banquete de homenaje que, organizado por Azorín y por el editor Rodríguez Serra, congregó en una vieja posada madrileña á un heterogéneo grupo de artistas y escritores, en el que, junto a consagrados como Galdós, Ortega y Munilla y Cavia, había un tropel de jóvenes bulliciosos e iconoclastas. Luego vinieron El mayorazgo de Labraz y las tres novelas de la trilogía La lucha por la vida. Pero, andando el tiempo, uno de los libros que le había de dar mayor fama fue una novela de ambiente vasco: Zalacaín el aventurero, que llegó a ser libro de lectura en la clase de español de la Sorbona parisiense.

Más tarde, varios libros suyos serían igualmente adoptados como libros de lectura en distintos institutos y colegios norteamericanos. Baroja, vasco de alma sencilla y aldeana, no supo o no quiso cultivar demasiado sus relaciones sociales. Ese capítulo -cada vez más importante, tanto para el artista como para el industrial y el político- que hoy llamamos public relations, le tenía completamente sin cuidado. Un buen día, cansado de la vida agitada, bohemia y un tanto falsa de las tertulias y los cenáculos literarios y decidido a regresar a su país, compró la casa de Vera de Bidasoa, la hermosa y célebre Itzea, convertido hoy en Meca de peregrinos barojianos de todo el mundo, recluyéndose en aquella apartada y deliciosa comarca bautizada por él mismo con el eufórico nombre euskeldun de Bidasoadi. A esa época suya cimera de su retiro navarro pertenecen, entre otras producciones, Juventud, egolatría, la trilogía intitulada Las agonías de nuestro tiempo, César o nada, El mundo es ansí y las novelas de marinos vascos, con sus famosos personajes Shanti Andía, Chimista, Embil, Juan de Aguirre, Galardi, etc.

En Itzea escribió igualmente muchas de las novelas que componen la serie Memorias de un hombre de acción, empresa histórica de altos vuelos que, con mayor o menor acierto y adecuación, ha sido comparada a los Episodios Nacionales, de Galdós. La idea de escribir esta serie histórico-novelesca tuvo su origen en el interés del novelista por la personalidad un tanto misteriosa, extraña y borrosa de un pariente lejano suyo, Eugenio de Aviraneta, que intrigó a más y mejor en la política española de principios del s. XIX. También surgió en Itzea la admirable Leyenda de Jaun de Alzate, entrañable poema vasco, escrito por un autor que tuvo la elegante delicadeza de calificarse a sí mismo de "poeta aldeano, poeta humilde, de un humilde país, del país del Bidasoa". En 1934, Baroja fue elegido numerario de la Academia Española de la Lengua.

A poco de empezar la guerra civil y tras sortear algún contratiempo grave, Baroja hubo de refugiarse en Francia, desde donde, previendo la inminencia del cataclismo bélico que se cernía sobre Europa, intentó sin éxito embarcar para América. Fracasado en su empeño, al volver a cruzar la frontera, se entregó de lleno a su vocación de siempre y, unas veces recogido en la serena paz de su biblioteca de Itzea, y otras en su alegre despachito madrileño de la calle de Alarcón, tuvo todavía aliento para escribir una treintena adicional de obras, entre ellas, sus famosas Memorias. Con lo que su producción, al morir, rebasaba los cien títulos. Anciano ya, su candidatura fue propuesta, infructuosamente, para el Premio Nóbel. Baroja ha sido traducido al francés, inglés, alemán, italiano, neerlandés, portugués, ruso, polaco, sueco, noruego, checo, japonés y húngaro, así como al euskera. Ha sido condecorado por la República de Colombia, y la ciudad chilena de Valparaíso le tiene dedicada una calle, cosa que todavía no ha ocurrido en su patria.

En 2005, en el cincuentenario del fallecimiento de Baroja, se celebró en la Fundación Camilo José Cela en Santiago de Compostela, la exposición Pío Baroja, amigo y maestro, donde se muestra la relación de amistad y admiración entre ambos escritores, a través de libros, manuscritos o cuadros procedentes de los propios fondos de la institución.

La muestra contó con una serie de cuadros pertenecientes a la pinacoteca de la Fundación de la época de Baroja, como dos óleos de Ricardo Baroja y Julio Caro Baroja, hermano y sobrino de Pío Baroja; y también de autores como Isaac Díaz Pardo, Juan Esplandiú, Josep Guinovart, Eduardo Vicente, Rafael Zabaleta y Benjamín Palencia.

En julio de 2005, la editorial Caro Raggio dentro de su colección "Memorias" (VIII), publicó un libro inédito de Pío Baroja, La guerra civil en la frontera, donde narra -tras lo conocido en otros libros anteriores, como Aquí París (1998), Ayer y hoy (1998) y Desde el exilio (1999),- aspectos del conflicto personal y colectivo de 1936-1939, considerado por el propio novelista como un continuo de sus memorias.

La primeras memorias de Baroja, con el título general Desde la última vuelta del camino, comenzaron a publicarse por entregas en la revista Semana, dirigida por Manuel Aznar, en los primeros años cuarenta del siglo XX. Con algunos recortes de la censura, fueron publicadas posteriormente en ediciones sucesivas.

Miguel Pelay Orozco

Carmen Izaga Sagardía

No hay comentarios:

Publicar un comentario