“EL CORO.- Desde aquí oímos tu poderosa voz, Urtzi Thor. Hasta nosotros llega tu acento. ¡Ven, ven a estas tierras meridionales! ¡Abandona el país del sol de medianoche! ¡Todo vuelve, todo retorna, tú volverás también!

URTZI THOR.-¡Adiós! ¡Adiós, Pirineos próximos al Océano! ¡Montes suaves y luminosos! ¡Valles verdes y templados! ¡Aldeas sonrientes y sonoras! ¡Adiós viejos vascos altivos y joviales de perfil aguileño! ¡Adiós mozas alegres y danzarinas! Os saludo por última vez desde mis desiertos helados. ¡Adiós! ¡Adiós para siempre! ¡Adiós!”

(Pío Baroja: “La leyenda de Jaun de Alzate; Adiós Final.”)

El “Jaun de Alzate” de Pío Baroja, ¿una resonancia de “Fausto” en el Bidasoa? (I/II)

Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN

“EL CORO.-Desde aquí oímos tu poderosa voz, Urtzi Thor. Hasta nosotros llega tu acento. ¡Ven, ven a estas tierras meridionales! ¡Abandona el país del sol de medianoche! ¡Todo vuelve, todo retorna, tú volverás también!

URTZI THOR.-¡Adiós! ¡Adiós, Pirineos próximos al Océano! ¡Montes suaves y luminosos! ¡Valles verdes y templados! ¡Aldeas sonrientes y sonoras! ¡Adiós viejos vascos altivos y joviales de perfil aguileño! ¡Adiós mozas alegres y danzarinas! Os saludo por última vez desde mis desiertos helados. ¡Adiós! ¡Adiós para siempre! ¡Adiós!”

(Pío Baroja: “La leyenda de Jaun de Alzate; Adiós Final.”)

Mucho se ha hablado y escrito sobre Pío Baroja y sus ideas, tan pesimistas en la mayoría de los casos. También muchas veces no se lo ha comprendido. Debemos sin duda estar agradecidos a que se haya equivocado más de una vez, como por ejemplo cuando extendía, como médico que era, el certificado de defunción del euskera, falto según él de posibilidades de evolución y adaptación al mundo moderno. Pero siempre podemos coincidir en que los aportes de toda su vida de escritor marcaron gran parte de la cultura escrita de los vascos contemporáneos. Tras este pasado año en particular, cuando hemos recordado el cincuentenario de su muerte, se impone por todo eso una relectura de sus escritos en general1.

En este caso en especial, hemos de tratar un aspecto algo descuidado de su actividad literaria. La imagen que tuvo y transmitió en algunas de sus obras, acerca de la compleja Edad Media de Euskal Herria2, y con mayor detalle algunos aspectos específicos de la misma en “La leyenda de Jaun de Alzate”, su más extenso e interesante trabajo a ese respecto.

Es claro que la posición ideológica tan peculiar de Pío Baroja y su pertenencia a una época que apenas comenzaba a descubrir que detrás de la leyenda negra y de la leyenda blanca había mucho para hacer en pro del conocimiento real de aquellos tiempos, no podía permitirle ver con simpatía, mucho menos con cierto grado de objetividad, el medioevo en general, y en particular el correspondiente al espacio geográfico vasco3. De un modo que sin duda le hubiera chocado un poco de haber reflexionado sobre ello, las opiniones del gran escritor iban de la mano con aquellas tan interesantes definiciones que vieron la luz en Madrid en la época de las primeras ediciones modernas de los textos de Lope García de Salazar en cuanto a que toda Euskal Herria era en aquel momento nada más que una inmensa escabechina llevada a cabo por personajes que sólo pensaban en asesinarse mutuamente por cuestiones de honor mal entendido y que Dios librara a quienes se veían en medio de los grupos enfrentados. Harían falta muchos años y muchas investigaciones para poner las cosas en su justo punto y al respecto recién la década del ’40 del pasado siglo vería los primeros intentos de equilibrar el análisis y señalar que en las tierras vascas de aquel momento había también muchas gentes que no dedicaban todas sus energías a la guerra y la muerte traicionera. Pero volviendo a lo que tocábamos, en la introducción a “Las Bienandanzas...” que mencionábamos más arriba decía, por ejemplo, el destacado Trueba4: “Si la historia de la comarca en tales tiempos es una serie de violencias sin cuento, celadas, asaltos, desafíos y batallas campales en que lo más brioso y florido de su juventud perece; si los linajes se arman haciendo leva de vasallos, se arriman a un bando o se apartan de él, sin otro impulso que la ciega pasión de un momento; si se encuentran en un camino dos cabalgadas de bandera contraria, y sin previa declaración de guerra traban batalla para satisfacción insana de su odio, por hambre de reñir, y riñen hasta retirarse cansados, si en semejantes días la ira no se harta de espiar, sino que aguarda la ocasión y usa de élla sin duelo y con presteza; si el hogar es a veces campo de batalla y el ofendido o el que se cree tal, acompañado o sólo, según cuadra mejor a la seguridad de su venganza, acecha en todas partes, en el camino de una romería, en las puertas de un monasterio, al pasar el vado, en la espesura de un monte, a la sombra de una tapia, en las tinieblas, al mediodía, al yantar, al dormir, al armarse, al cabalgar, al pararse arredrado por un rumor extraño, al arremeter para salvar la trocha o el desfiladero; si el hombre dominado por una especie de vértigo, sólo halla placer en destruir a su semejante, en arrancarle la vida y arrebatarle los bienes y demolerle cuanto edificó...” Esta primera edición del texto más conocido de García de Salazar fue auspiciada por Alfonso XII, pero, con todo, no bastó el peso del real patrono para que casi al tiempo de su aparición se suscitara contra ella una cierta oposición que sostenía ser la misma demasiado “fuerte” en el relato que hacía de los tiempos antiguos. Nos informa al respecto Rafael González Orejas5: “Sobre la primera edición [...], Vicente de la Fuente en un severo informe presentado a la Real Academia de la Historia, califica estos escritos de ‘inmorales’...” Con seguridad el problema pasaba, antes que por la inmoralidad, por el hecho de que el viejo texto salazariego desnudaba actitudes que, más allá de ser por todos conocidas o al menos presumidas, afectaban la caballeresca imagen ideal de los grandes señores feudales “españoles” generada por el omnipresente romanticismo, cuando lo único que en realidad hacía era desvelar su humanidad, en nada diferente de la de tantos otros anteriores y posteriores, aquí y en todas partes...

Además de ese condicionamiento inevitable ejercido por su ambiente y su tiempo, la visión de don Pío no se evade de su cuasi constante pesimismo ¿unamuniano?, ¿”noventayochista”?... Lo cierto es que esa postura, la misma que hace clara la imagen que acuñara en torno de aquel soñado rincón bidasoano de una república en donde se viviera “sin moscas, sin frailes y sin carabineros”, tal vez nada más que épatant, que tanto le gustaba adoptar, lo puso muchas veces en aprietos, ocasionalmente muy serios, como por ejemplo en aquel oscuro verano de 1.936, cuando nuestro autor, ya tiempo atrás apartado del mundo cotidiano en su bienamada Itzea, recibió la visita de aquellos que muy acertadamente definiría algún autor español bastante enfrentado políticamente a Baroja, como retornados desde un hondón del siglo XIX –lo cual no deberíamos entender necesariamente como una calificación peyorativa sino más bien metodológica–, es decir los carlistas del Requeté, que al parecer no habían olvidado algunas de esas hirientes palabras que cada tanto dejaba deslizar en sus obras el ya veterano escritor.

Invirtiendo el viejo refrán, “donde las toman las dan”, y parece que esto último no auguraba en aquel momento nada bueno para la supervivencia de Baroja, de no haber sido por la intercesión de los mandos carlistas navarros quienes supieron comprender a tiempo que ya, como hubiera merecido casi en aquel mismo momento Unamuno, el escritor estaba más allá de las luchas ideológicas. Como sea, por desgracia muchos otros, muchísimos y de ambos bandos, no salieron tan bien librados, con un no muy prolongado destierro parisino como él lo hiciera...

En fin de cuentas, la articulación general que da marco a la trama de “Zalacaín el aventurero” –1.909–, historia que transcurre durante la última ‘Carlistada’ y en donde se deslizan casi constantemente los duros ataques de don Pío a todo lo que oliera a tradicionalismo y religión, es asimismo el juego especular a través de los tiempos de la recreación de un tema medieval vasco, que ha extraído de un texto que por lo visto conocía y amaba mucho: “Las Bienandanzas y Fortunas”, la repetición, siglos después, en otras circunstancias –el “eterno retorno” de la filosofía germana al cual tan afecto era Baroja, obviando los orígenes de la idea–, de un asesinato banderizo. El autor llega a adoptar la típica prosa salazariega en el capítulo V de esa obra suya, el titulado “De cómo murió Martín López de Zalacaín en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce”, atribuyendo al supuesto cronista “Íñigo Sánchez de Ezpeleta” una sangrienta historia muy al uso del terrible Lope y no muy apartada de la realidad además, puesto que la base verdadera sobre la cual edificó también la historia de “La leyenda de Jaun de Alzate” -trece años después, en 1.922-, la ha tomado sin lugar a dudas Baroja de los viejos textos de García de Salazar en primer término, como él mismo señala en algún pasaje acerca de la familia de Alzate histórica: “Los Alzate fueron banderizos influyentes, y de ellos habla Lope García de Salazar en su obra de Las bienandanzas y fortunas, en el Libro XXII. Se les ve intervenir en las luchas de los linajes de Guipúzcoa, y, al parecer, unas veces son amigos de los Oñez y otras de los Gamboas.”6 La referencia, algo confusa, que trae Baroja acerca de sus antepasados de Alzate que figuran en la obra de Lope, es la que va en el Libro XXII del banderizo desde el fin de la segunda columna del folio 71 hasta la línea 36 de la primera columna del siguiente y transcribimos en nota7.

Baroja produce un texto nuevo por el procedimiento de cortar y reformar partes de la crónica salazariega, como podemos notar comparando su relato del “Zalacaín...” con las narraciones de Lope que preceden inmediatamente a las que indicamos en nota y aquí omitimos por encontrarse asimismo en el artículo de Iñaki Bazán ya mencionado en nota2: “-Bueno. Pues dice así. ‘Título: De cómo murió Martín López de Zalacaín, en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce.”

Leído esto, Soraberri tosió, escupió y comenzó esta relación con gran solemnidad.

‘Enemistad antigua señalada avya entre el solar d’Ohando, que es del reino de Navarra, é el de Zalacaín, que es en tierra de la Borte. E dicese que la causa della foe sobre envidia e a cual valia mas, e ficieronmuchos malheficios e los de Zalacain quemaron vivo al senyor de Sant Pedro en una pelea que ovyeron en el llano del Somo e porque no dexo fijo el dicho senyor de Sant Pedro casaron una su fija con Martin Lopez de Zalacain, ome muy andariego.’

‘E dicho Martin Lopez seyendo venido a la billa d’Urbia foe desafiado por Mosen de Sant Pedro, del solar d’Ohando, que era sobrino del otro senyor de Sant Pedro e que habia fecho muchos malheficios, asechanzas e rrobos.’

‘E Martin Lopez contestole a su desafiamiento: Como vos sabedes yo so contado aqui por el mas esforzado ome y ardite en el fecho de las armas en toda esta tierra y paresce que los d’Ohando a vos han traido por la mejor lanza de Navarra por vengar la muerte de mi suegro que foe en la pelea con lealtad en el Somo e como el cuibdaba matar a mi, yo a el.’

‘E por ende si a vos pluguiese que nos probemos vos e yo, uno para otro, fasta que uno de nos o ambos por ventura muramos, a mi plasera mucho e aquí presto.’

‘E respondiole Mosen de Sant Pedro que le plasia e se citaron en el prado de Sant Ana. En esta sazon venya dicho Martin Lopez encima de su cavallo como esforzado cavallero e antes de pelear con Mosen de Sant Pedro fue herido de una saeta que le entro por un ojo e cayo muerto del cavallo en medio del prado. E lo desjarretaron. E preparo la asechanza e armo la ballestta e la disparo Velche de Micolalde, deudo e amigo de Mosen de Sant Pedro d’Ohando. E los omes de Martin Lopez como le veyeron muertto e eran pocos enfrente de los de Ohando, ovyeron muy grant miedo e comenzaron todos a fugir.’

‘E cuando lo supo la mujer de Martin Lopez fue la triste al prado de Sant Ana, e cuando vido el cuerpo de su marido, sangriento e mutilado, se afinojo, prisole en sus brazos e comenzo a llorar maldiciendo la guerra e su mala fortuna. E esto pasaba en el año de Nuestro Señor de mil cuatrocientos y doce.’

Cuando concluyó el señor Soraberri...”

Lo mismo se hace claro en una obra menor de su pluma, “La Dama de Urtubi y otras historias más.”, a lo largo de la cual, si bien transcurre la acción en el siglo XVII, en el período de los grandes procesos contra la brujería llevados a efecto por Pierre de Lancre y sus colegas, vuelve a mencionar, rescatando con pequeñas variaciones, trozos de la vida medieval del linaje emparentado de Alzate:

“- Es extraño. Sin duda se conserva en el pueblo el recuerdo de la rivalidad de las dos familias. Pues sí, es cierto. Los Urtubis y los Saint-Pée fueron antiguamente enemigos encarnizados. Se disputaban la dirección del Labourd. Mis antepasados y los tuyos, que tenían su apellido, Álzate, lucharon repetidas veces con los Saint-Pée. Los Alzates contábamos con partidarios en la parte de allá de los Pirineos; don Rodrigo de Álzate, patrono del barrio que lleva su nombre en Vera de Navarra, era uno de nuestros aliados. Teníamos también derecho a ocupar y guarnecer un torreón fortificado en el Bidasoa. Al iniciarse en el país vascoespañol la guerra de los linajes, la política hizo que nosotros nos uniéramos con el bando gamboíno y los Saint-Pée con el oñacino. En 1413, un Saint-Pée mató a un Álzate, señor de Urtubi, a traición, según nuestras crónicas; los de Urtubi, reunidos con hombres de solares amigos y con el capitán Fernando de Gamboa, que vino de Guipúzcoa, avanzaron hasta Saint-Pée a sangre y a fuego; pero a la vuelta cayeron en una emboscada, y murieron asaeteados casi todos los nuestros, entre ellos Fernando de Gamboa. Al desaparecer en Francia la influencia española, se extinguió la rivalidad entre oñacinos y gamboínos, y en 1514, época en que Luis de Álzate, barón de Urtubi, era copero de Luis XII y su bailío en el Labourd, las dos familias se reconciliaron y se olvidaron los antiguos resentimientos.”

Esto en cuanto a la aproximación general de nuestro autor a esa época del pasado vasco que sin duda no le debía agradar demasiado, si bien tal vez por eso mismo su compleja personalidad se deleitaba en volver a élla constantemente, como hemos señalado, ya por obras completas, ya por menciones sueltas. Es que seguramente para él, el período medieval, como lo entendía, marcaba el momento preciso en el cual, de la mano con el paganismo, se alejaba la original libertad vasca, “encadenada” de allí en más por la creencia cristiana. Y así es que surge de su pluma el libro al cual dedicamos estas notas, su mayor incursión en el período medieval de Euskal Herria, como ya hemos señalado, escrita en una clave extraña, en la cual, sin embargo se hacen presentes dos de los motivos rectores de los escritos barojianos: la identificación del autor con el personaje y la visión desengañada de la vida. Más de una década después de la aparición del “Jaun...”, Ricardo Gullón al hablar de las obras de don Pío especificaba una serie de rasgos propios de la actividad creativa de aquel que, si bien extraídos de la consideración del “Aviraneta...”, pueden ser transportados sin problemas a toda su producción: “Esta actitud suya anárquica se contrapesa con una rectitud interna de primer orden, un afán de trabajo que es en él constante, ir trazando sus obras al filo de los días en incesante labor, en rebusca de textos y datos que sirvan de oxígeno a la atmósfera de su novelística. Pues van sus creaciones enfiladas hacia el rasgo significativo y pocas veces se ha llegado a mejor depuración en el arte de enterarse de las cosas que la conseguida por Pío Baroja, quien sabe rendirnos por una historia bien ligada al ambiente de un lugar y de un momento. Copia cuando hace falta, en las biografías especialmente, pero todo cuanto pasa por su pluma queda por este hecho incorporado a la obra como específicamente suyo, secreto del auténtico escritor que domina cuanto toca...”

“El gusto de Baroja por la anécdota le lleva, con cierta frecuencia, extraviado de su camino: sale con el personaje, lo agita en todos los sentidos y en cada esquina inventa un azar que le atrae, un cuentecillo que le adormece, hasta que, a medio andar, se encuentran autor y personaje perplejos, sin saber a donde ir porque se les olvidó la meta o porque pudiera ocurrir que su salida no tuviera otro objeto que cazar peripecias, irse, poco a poco, sepultando bajo inquietudes y sobresaltos hasta quedar inmóviles, dando la sensación de que figura y creador se han cansado de tanto azacanear a la deriva. Y no es realmente que la criatura barojiana ame la aventura; en general es impaciente, no goza del azar porque vive una intriga soñando con la que ha de seguirla, apenas ha llegado y está deseando marcharse.”8

Estos rasgos tan bien demarcados saltan a la vista en Jaun, a la par con otros motivos sobre los cuales hemos de hablar en la segunda parte.

Bibliografía:

Baroja, Pío: “Desde la última vuelta del camino –Memorias– Bagatelas de otoño”, Biblioteca Nueva, Madrid, 1.949.

“La leyenda de Jaun de Alzate”, Espasa Calpe, Madrid, 1.972.

“El País Vasco”, Labor, Barcelona, 1.953.

“Obras completas”, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1.948..

Matus, Eugenio: “Introducción a Baroja”, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Santiago de Chile, 1.972.

Placer, Eloy L.: “Lo vasco en Pío Baroja”, Ekin, Buenos Aires, 1.968.

1 Como se decía en el final de un severo artículo del “Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos” (año VII, Vol. II, nº 27, Buenos Aires, Octubre-Diciembre 1.956, pp. 239-40), al dar la noticia de su muerte: “De corazón deseamos a su atormentado espíritu, en recompensa de su laboriosidad ejemplar, de la difusión de nuestras bellezas naturales y tipos humanos por el mundo, el descanso sempiterno.”

2 Iñaki Bazán ha escrito un interesante artículo titulado “La influencia de ‘Las Bienandanzas e Fortunas’ de Lope García de Salazar en la obra de Pío Baroja”, en ‘Euskonews & Media’, 66ª edición, 2.000/2/11-18), en el cual se trata en especial el manejo hecho por Baroja del clásico del banderizo vizcaíno en su ‘Zalacaín el aventurero’.

3 Precisamente el mismo articulista citado en la nota 1, decía al respecto en el artículo fúnebre de don Pío que: “Con excepción del terruño, el mar, parte del folklore y versillos euskéricos y un primitivismo pagano vivamente estereotipado en ‘Jaun de Alzate’, [subrayado nuestro] lo más amado por el pueblo vasco, fue para D. Pío, abominable” Pensamos que es por lo demás posible que lo estereotipado en el ‘Jaun...’, no sólo del paganismo sino de la mayoría de las actitudes de los personajes, obedezca precisamente al aire de Fausto en tono menor que el autor impone a sabiendas a la obra y además -como tendremos ocasión de mencionar avanzando en el cuerpo del artículo-, a una muy barojiana toma de posición crítica ante aquel otro clásico vasco, la archifamosa “Amaya” de Navarro Villoslada.

4 Antonio de Trueba, Cronista de Bizkaia desde 1.862, había asimismo abrevado en la obra de Lope García de Salazar para algunas de sus producciones literarias propias -v. g. “La Paloma y los Halcones”, de 1.865-, y a su triple condición de autor, cronista y coterráneo del banderizo famoso debió el honor de prologar aquella primera edicion madrileña de Maximiliano Camarón, de 1.884.

5 “don lope garcía de salazar”, Bilbao Bizkaia Kutxa, Bilbo, 1.990, p. 28.

6 Baroja, Pío: “El País Vasco”, Labor, Barcelona, 1.953, p. 288.

7 “En el año del Señor de UCCCCXIIJ años o / viendo guerra Mosen Juan de Sant Pedro con el so / lar de Alçate que es en Nauarra que era su / comarcano e diole salto vna aluorada / al pie de su casa e salieron a pelear con / el e fueron ençerrados e quedaron muer / tos el señor de Alçate e vn fijo legitimo / que el auja. // Fechas estas muertes desposo Ferrando / de Gamboa que biuja en la Renteria de Go / yaçu a su fijo Juan de Gamboa con fija ere / dera que dexo aquel Señor de Alçate e ayun / taronse con el dicho Ferrando de Gamboa de to / dos los solares de los Gamboynos de Guj / puscoa çiertos escuderos e fisieron / se grande gente e pasaron por Yruña A / rançu e a Sant Juan de Lus e los de Alcate / por la otra parte, Mosen Juan Señor de San Pedro con sus parientes e con CL lacayos / que le venjeron de los solares de Ones e de / Gujpuscoa saliolos a Reçeujr ençi / ma de su cauallo como esforçado ca / uallero e pelearon en vn llano ençima / del Somo que es entre San Juan de Lus e / Sant Pedro e fueron desuaratados los Gam / boynos e morio alli aquel Ferrando de / Gamboa e muchos de los suyos e seguj / eronlos en el alcançe fasta el Rio que vie / ne a Sant Juan de Lus e afogaronse / muchos en el que estaua creçida la mar / por manera que en el campo e en el alcançe / e en el Rio morieron CL omes e perdieron / todas las armas que leuauan e asi tor / naron destroçados los que escaparon.”

8 Ricardo Gullón: “Pulso de Pío Baroja”, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2007 Edición digital a partir de Isla. Hojas de arte y letras, núm. 7-8 (1935), pp. 184-189 por cortesía de los herederos del autor.

El “Jaun de Alzate” de Pío Baroja, ¿una resonancia de “Fausto” en el Bidasoa? (I/II)

Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN

“EL CORO.-Desde aquí oímos tu poderosa voz, Urtzi Thor. Hasta nosotros llega tu acento. ¡Ven, ven a estas tierras meridionales! ¡Abandona el país del sol de medianoche! ¡Todo vuelve, todo retorna, tú volverás también!

URTZI THOR.-¡Adiós! ¡Adiós, Pirineos próximos al Océano! ¡Montes suaves y luminosos! ¡Valles verdes y templados! ¡Aldeas sonrientes y sonoras! ¡Adiós viejos vascos altivos y joviales de perfil aguileño! ¡Adiós mozas alegres y danzarinas! Os saludo por última vez desde mis desiertos helados. ¡Adiós! ¡Adiós para siempre! ¡Adiós!”

(Pío Baroja: “La leyenda de Jaun de Alzate; Adiós Final.”)

Mucho se ha hablado y escrito sobre Pío Baroja y sus ideas, tan pesimistas en la mayoría de los casos. También muchas veces no se lo ha comprendido. Debemos sin duda estar agradecidos a que se haya equivocado más de una vez, como por ejemplo cuando extendía, como médico que era, el certificado de defunción del euskera, falto según él de posibilidades de evolución y adaptación al mundo moderno. Pero siempre podemos coincidir en que los aportes de toda su vida de escritor marcaron gran parte de la cultura escrita de los vascos contemporáneos. Tras este pasado año en particular, cuando hemos recordado el cincuentenario de su muerte, se impone por todo eso una relectura de sus escritos en general1.

En este caso en especial, hemos de tratar un aspecto algo descuidado de su actividad literaria. La imagen que tuvo y transmitió en algunas de sus obras, acerca de la compleja Edad Media de Euskal Herria2, y con mayor detalle algunos aspectos específicos de la misma en “La leyenda de Jaun de Alzate”, su más extenso e interesante trabajo a ese respecto.

Es claro que la posición ideológica tan peculiar de Pío Baroja y su pertenencia a una época que apenas comenzaba a descubrir que detrás de la leyenda negra y de la leyenda blanca había mucho para hacer en pro del conocimiento real de aquellos tiempos, no podía permitirle ver con simpatía, mucho menos con cierto grado de objetividad, el medioevo en general, y en particular el correspondiente al espacio geográfico vasco3. De un modo que sin duda le hubiera chocado un poco de haber reflexionado sobre ello, las opiniones del gran escritor iban de la mano con aquellas tan interesantes definiciones que vieron la luz en Madrid en la época de las primeras ediciones modernas de los textos de Lope García de Salazar en cuanto a que toda Euskal Herria era en aquel momento nada más que una inmensa escabechina llevada a cabo por personajes que sólo pensaban en asesinarse mutuamente por cuestiones de honor mal entendido y que Dios librara a quienes se veían en medio de los grupos enfrentados. Harían falta muchos años y muchas investigaciones para poner las cosas en su justo punto y al respecto recién la década del ’40 del pasado siglo vería los primeros intentos de equilibrar el análisis y señalar que en las tierras vascas de aquel momento había también muchas gentes que no dedicaban todas sus energías a la guerra y la muerte traicionera. Pero volviendo a lo que tocábamos, en la introducción a “Las Bienandanzas...” que mencionábamos más arriba decía, por ejemplo, el destacado Trueba4: “Si la historia de la comarca en tales tiempos es una serie de violencias sin cuento, celadas, asaltos, desafíos y batallas campales en que lo más brioso y florido de su juventud perece; si los linajes se arman haciendo leva de vasallos, se arriman a un bando o se apartan de él, sin otro impulso que la ciega pasión de un momento; si se encuentran en un camino dos cabalgadas de bandera contraria, y sin previa declaración de guerra traban batalla para satisfacción insana de su odio, por hambre de reñir, y riñen hasta retirarse cansados, si en semejantes días la ira no se harta de espiar, sino que aguarda la ocasión y usa de élla sin duelo y con presteza; si el hogar es a veces campo de batalla y el ofendido o el que se cree tal, acompañado o sólo, según cuadra mejor a la seguridad de su venganza, acecha en todas partes, en el camino de una romería, en las puertas de un monasterio, al pasar el vado, en la espesura de un monte, a la sombra de una tapia, en las tinieblas, al mediodía, al yantar, al dormir, al armarse, al cabalgar, al pararse arredrado por un rumor extraño, al arremeter para salvar la trocha o el desfiladero; si el hombre dominado por una especie de vértigo, sólo halla placer en destruir a su semejante, en arrancarle la vida y arrebatarle los bienes y demolerle cuanto edificó...” Esta primera edición del texto más conocido de García de Salazar fue auspiciada por Alfonso XII, pero, con todo, no bastó el peso del real patrono para que casi al tiempo de su aparición se suscitara contra ella una cierta oposición que sostenía ser la misma demasiado “fuerte” en el relato que hacía de los tiempos antiguos. Nos informa al respecto Rafael González Orejas5: “Sobre la primera edición [...], Vicente de la Fuente en un severo informe presentado a la Real Academia de la Historia, califica estos escritos de ‘inmorales’...” Con seguridad el problema pasaba, antes que por la inmoralidad, por el hecho de que el viejo texto salazariego desnudaba actitudes que, más allá de ser por todos conocidas o al menos presumidas, afectaban la caballeresca imagen ideal de los grandes señores feudales “españoles” generada por el omnipresente romanticismo, cuando lo único que en realidad hacía era desvelar su humanidad, en nada diferente de la de tantos otros anteriores y posteriores, aquí y en todas partes...

Además de ese condicionamiento inevitable ejercido por su ambiente y su tiempo, la visión de don Pío no se evade de su cuasi constante pesimismo ¿unamuniano?, ¿”noventayochista”?... Lo cierto es que esa postura, la misma que hace clara la imagen que acuñara en torno de aquel soñado rincón bidasoano de una república en donde se viviera “sin moscas, sin frailes y sin carabineros”, tal vez nada más que épatant, que tanto le gustaba adoptar, lo puso muchas veces en aprietos, ocasionalmente muy serios, como por ejemplo en aquel oscuro verano de 1.936, cuando nuestro autor, ya tiempo atrás apartado del mundo cotidiano en su bienamada Itzea, recibió la visita de aquellos que muy acertadamente definiría algún autor español bastante enfrentado políticamente a Baroja, como retornados desde un hondón del siglo XIX –lo cual no deberíamos entender necesariamente como una calificación peyorativa sino más bien metodológica–, es decir los carlistas del Requeté, que al parecer no habían olvidado algunas de esas hirientes palabras que cada tanto dejaba deslizar en sus obras el ya veterano escritor.

Invirtiendo el viejo refrán, “donde las toman las dan”, y parece que esto último no auguraba en aquel momento nada bueno para la supervivencia de Baroja, de no haber sido por la intercesión de los mandos carlistas navarros quienes supieron comprender a tiempo que ya, como hubiera merecido casi en aquel mismo momento Unamuno, el escritor estaba más allá de las luchas ideológicas. Como sea, por desgracia muchos otros, muchísimos y de ambos bandos, no salieron tan bien librados, con un no muy prolongado destierro parisino como él lo hiciera...

En fin de cuentas, la articulación general que da marco a la trama de “Zalacaín el aventurero” –1.909–, historia que transcurre durante la última ‘Carlistada’ y en donde se deslizan casi constantemente los duros ataques de don Pío a todo lo que oliera a tradicionalismo y religión, es asimismo el juego especular a través de los tiempos de la recreación de un tema medieval vasco, que ha extraído de un texto que por lo visto conocía y amaba mucho: “Las Bienandanzas y Fortunas”, la repetición, siglos después, en otras circunstancias –el “eterno retorno” de la filosofía germana al cual tan afecto era Baroja, obviando los orígenes de la idea–, de un asesinato banderizo. El autor llega a adoptar la típica prosa salazariega en el capítulo V de esa obra suya, el titulado “De cómo murió Martín López de Zalacaín en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce”, atribuyendo al supuesto cronista “Íñigo Sánchez de Ezpeleta” una sangrienta historia muy al uso del terrible Lope y no muy apartada de la realidad además, puesto que la base verdadera sobre la cual edificó también la historia de “La leyenda de Jaun de Alzate” -trece años después, en 1.922-, la ha tomado sin lugar a dudas Baroja de los viejos textos de García de Salazar en primer término, como él mismo señala en algún pasaje acerca de la familia de Alzate histórica: “Los Alzate fueron banderizos influyentes, y de ellos habla Lope García de Salazar en su obra de Las bienandanzas y fortunas, en el Libro XXII. Se les ve intervenir en las luchas de los linajes de Guipúzcoa, y, al parecer, unas veces son amigos de los Oñez y otras de los Gamboas.”6 La referencia, algo confusa, que trae Baroja acerca de sus antepasados de Alzate que figuran en la obra de Lope, es la que va en el Libro XXII del banderizo desde el fin de la segunda columna del folio 71 hasta la línea 36 de la primera columna del siguiente y transcribimos en nota7.

Baroja produce un texto nuevo por el procedimiento de cortar y reformar partes de la crónica salazariega, como podemos notar comparando su relato del “Zalacaín...” con las narraciones de Lope que preceden inmediatamente a las que indicamos en nota y aquí omitimos por encontrarse asimismo en el artículo de Iñaki Bazán ya mencionado en nota2: “-Bueno. Pues dice así. ‘Título: De cómo murió Martín López de Zalacaín, en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce.”

Leído esto, Soraberri tosió, escupió y comenzó esta relación con gran solemnidad.

‘Enemistad antigua señalada avya entre el solar d’Ohando, que es del reino de Navarra, é el de Zalacaín, que es en tierra de la Borte. E dicese que la causa della foe sobre envidia e a cual valia mas, e ficieronmuchos malheficios e los de Zalacain quemaron vivo al senyor de Sant Pedro en una pelea que ovyeron en el llano del Somo e porque no dexo fijo el dicho senyor de Sant Pedro casaron una su fija con Martin Lopez de Zalacain, ome muy andariego.’

‘E dicho Martin Lopez seyendo venido a la billa d’Urbia foe desafiado por Mosen de Sant Pedro, del solar d’Ohando, que era sobrino del otro senyor de Sant Pedro e que habia fecho muchos malheficios, asechanzas e rrobos.’

‘E Martin Lopez contestole a su desafiamiento: Como vos sabedes yo so contado aqui por el mas esforzado ome y ardite en el fecho de las armas en toda esta tierra y paresce que los d’Ohando a vos han traido por la mejor lanza de Navarra por vengar la muerte de mi suegro que foe en la pelea con lealtad en el Somo e como el cuibdaba matar a mi, yo a el.’

‘E por ende si a vos pluguiese que nos probemos vos e yo, uno para otro, fasta que uno de nos o ambos por ventura muramos, a mi plasera mucho e aquí presto.’

‘E respondiole Mosen de Sant Pedro que le plasia e se citaron en el prado de Sant Ana. En esta sazon venya dicho Martin Lopez encima de su cavallo como esforzado cavallero e antes de pelear con Mosen de Sant Pedro fue herido de una saeta que le entro por un ojo e cayo muerto del cavallo en medio del prado. E lo desjarretaron. E preparo la asechanza e armo la ballestta e la disparo Velche de Micolalde, deudo e amigo de Mosen de Sant Pedro d’Ohando. E los omes de Martin Lopez como le veyeron muertto e eran pocos enfrente de los de Ohando, ovyeron muy grant miedo e comenzaron todos a fugir.’

‘E cuando lo supo la mujer de Martin Lopez fue la triste al prado de Sant Ana, e cuando vido el cuerpo de su marido, sangriento e mutilado, se afinojo, prisole en sus brazos e comenzo a llorar maldiciendo la guerra e su mala fortuna. E esto pasaba en el año de Nuestro Señor de mil cuatrocientos y doce.’

Cuando concluyó el señor Soraberri...”

Lo mismo se hace claro en una obra menor de su pluma, “La Dama de Urtubi y otras historias más.”, a lo largo de la cual, si bien transcurre la acción en el siglo XVII, en el período de los grandes procesos contra la brujería llevados a efecto por Pierre de Lancre y sus colegas, vuelve a mencionar, rescatando con pequeñas variaciones, trozos de la vida medieval del linaje emparentado de Alzate:

“- Es extraño. Sin duda se conserva en el pueblo el recuerdo de la rivalidad de las dos familias. Pues sí, es cierto. Los Urtubis y los Saint-Pée fueron antiguamente enemigos encarnizados. Se disputaban la dirección del Labourd. Mis antepasados y los tuyos, que tenían su apellido, Álzate, lucharon repetidas veces con los Saint-Pée. Los Alzates contábamos con partidarios en la parte de allá de los Pirineos; don Rodrigo de Álzate, patrono del barrio que lleva su nombre en Vera de Navarra, era uno de nuestros aliados. Teníamos también derecho a ocupar y guarnecer un torreón fortificado en el Bidasoa. Al iniciarse en el país vascoespañol la guerra de los linajes, la política hizo que nosotros nos uniéramos con el bando gamboíno y los Saint-Pée con el oñacino. En 1413, un Saint-Pée mató a un Álzate, señor de Urtubi, a traición, según nuestras crónicas; los de Urtubi, reunidos con hombres de solares amigos y con el capitán Fernando de Gamboa, que vino de Guipúzcoa, avanzaron hasta Saint-Pée a sangre y a fuego; pero a la vuelta cayeron en una emboscada, y murieron asaeteados casi todos los nuestros, entre ellos Fernando de Gamboa. Al desaparecer en Francia la influencia española, se extinguió la rivalidad entre oñacinos y gamboínos, y en 1514, época en que Luis de Álzate, barón de Urtubi, era copero de Luis XII y su bailío en el Labourd, las dos familias se reconciliaron y se olvidaron los antiguos resentimientos.”

Esto en cuanto a la aproximación general de nuestro autor a esa época del pasado vasco que sin duda no le debía agradar demasiado, si bien tal vez por eso mismo su compleja personalidad se deleitaba en volver a élla constantemente, como hemos señalado, ya por obras completas, ya por menciones sueltas. Es que seguramente para él, el período medieval, como lo entendía, marcaba el momento preciso en el cual, de la mano con el paganismo, se alejaba la original libertad vasca, “encadenada” de allí en más por la creencia cristiana. Y así es que surge de su pluma el libro al cual dedicamos estas notas, su mayor incursión en el período medieval de Euskal Herria, como ya hemos señalado, escrita en una clave extraña, en la cual, sin embargo se hacen presentes dos de los motivos rectores de los escritos barojianos: la identificación del autor con el personaje y la visión desengañada de la vida. Más de una década después de la aparición del “Jaun...”, Ricardo Gullón al hablar de las obras de don Pío especificaba una serie de rasgos propios de la actividad creativa de aquel que, si bien extraídos de la consideración del “Aviraneta...”, pueden ser transportados sin problemas a toda su producción: “Esta actitud suya anárquica se contrapesa con una rectitud interna de primer orden, un afán de trabajo que es en él constante, ir trazando sus obras al filo de los días en incesante labor, en rebusca de textos y datos que sirvan de oxígeno a la atmósfera de su novelística. Pues van sus creaciones enfiladas hacia el rasgo significativo y pocas veces se ha llegado a mejor depuración en el arte de enterarse de las cosas que la conseguida por Pío Baroja, quien sabe rendirnos por una historia bien ligada al ambiente de un lugar y de un momento. Copia cuando hace falta, en las biografías especialmente, pero todo cuanto pasa por su pluma queda por este hecho incorporado a la obra como específicamente suyo, secreto del auténtico escritor que domina cuanto toca...”

“El gusto de Baroja por la anécdota le lleva, con cierta frecuencia, extraviado de su camino: sale con el personaje, lo agita en todos los sentidos y en cada esquina inventa un azar que le atrae, un cuentecillo que le adormece, hasta que, a medio andar, se encuentran autor y personaje perplejos, sin saber a donde ir porque se les olvidó la meta o porque pudiera ocurrir que su salida no tuviera otro objeto que cazar peripecias, irse, poco a poco, sepultando bajo inquietudes y sobresaltos hasta quedar inmóviles, dando la sensación de que figura y creador se han cansado de tanto azacanear a la deriva. Y no es realmente que la criatura barojiana ame la aventura; en general es impaciente, no goza del azar porque vive una intriga soñando con la que ha de seguirla, apenas ha llegado y está deseando marcharse.”8

Estos rasgos tan bien demarcados saltan a la vista en Jaun, a la par con otros motivos sobre los cuales hemos de hablar en la segunda parte.

Bibliografía:

Baroja, Pío: “Desde la última vuelta del camino –Memorias– Bagatelas de otoño”, Biblioteca Nueva, Madrid, 1.949.

“La leyenda de Jaun de Alzate”, Espasa Calpe, Madrid, 1.972.

“El País Vasco”, Labor, Barcelona, 1.953.

“Obras completas”, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1.948..

Matus, Eugenio: “Introducción a Baroja”, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Santiago de Chile, 1.972.

Placer, Eloy L.: “Lo vasco en Pío Baroja”, Ekin, Buenos Aires, 1.968.

1 Como se decía en el final de un severo artículo del “Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos” (año VII, Vol. II, nº 27, Buenos Aires, Octubre-Diciembre 1.956, pp. 239-40), al dar la noticia de su muerte: “De corazón deseamos a su atormentado espíritu, en recompensa de su laboriosidad ejemplar, de la difusión de nuestras bellezas naturales y tipos humanos por el mundo, el descanso sempiterno.”

2 Iñaki Bazán ha escrito un interesante artículo titulado “La influencia de ‘Las Bienandanzas e Fortunas’ de Lope García de Salazar en la obra de Pío Baroja”, en ‘Euskonews & Media’, 66ª edición, 2.000/2/11-18), en el cual se trata en especial el manejo hecho por Baroja del clásico del banderizo vizcaíno en su ‘Zalacaín el aventurero’.

3 Precisamente el mismo articulista citado en la nota 1, decía al respecto en el artículo fúnebre de don Pío que: “Con excepción del terruño, el mar, parte del folklore y versillos euskéricos y un primitivismo pagano vivamente estereotipado en ‘Jaun de Alzate’, [subrayado nuestro] lo más amado por el pueblo vasco, fue para D. Pío, abominable” Pensamos que es por lo demás posible que lo estereotipado en el ‘Jaun...’, no sólo del paganismo sino de la mayoría de las actitudes de los personajes, obedezca precisamente al aire de Fausto en tono menor que el autor impone a sabiendas a la obra y además -como tendremos ocasión de mencionar avanzando en el cuerpo del artículo-, a una muy barojiana toma de posición crítica ante aquel otro clásico vasco, la archifamosa “Amaya” de Navarro Villoslada.

4 Antonio de Trueba, Cronista de Bizkaia desde 1.862, había asimismo abrevado en la obra de Lope García de Salazar para algunas de sus producciones literarias propias -v. g. “La Paloma y los Halcones”, de 1.865-, y a su triple condición de autor, cronista y coterráneo del banderizo famoso debió el honor de prologar aquella primera edicion madrileña de Maximiliano Camarón, de 1.884.

5 “don lope garcía de salazar”, Bilbao Bizkaia Kutxa, Bilbo, 1.990, p. 28.

6 Baroja, Pío: “El País Vasco”, Labor, Barcelona, 1.953, p. 288.

7 “En el año del Señor de UCCCCXIIJ años o / viendo guerra Mosen Juan de Sant Pedro con el so / lar de Alçate que es en Nauarra que era su / comarcano e diole salto vna aluorada / al pie de su casa e salieron a pelear con / el e fueron ençerrados e quedaron muer / tos el señor de Alçate e vn fijo legitimo / que el auja. // Fechas estas muertes desposo Ferrando / de Gamboa que biuja en la Renteria de Go / yaçu a su fijo Juan de Gamboa con fija ere / dera que dexo aquel Señor de Alçate e ayun / taronse con el dicho Ferrando de Gamboa de to / dos los solares de los Gamboynos de Guj / puscoa çiertos escuderos e fisieron / se grande gente e pasaron por Yruña A / rançu e a Sant Juan de Lus e los de Alcate / por la otra parte, Mosen Juan Señor de San Pedro con sus parientes e con CL lacayos / que le venjeron de los solares de Ones e de / Gujpuscoa saliolos a Reçeujr ençi / ma de su cauallo como esforçado ca / uallero e pelearon en vn llano ençima / del Somo que es entre San Juan de Lus e / Sant Pedro e fueron desuaratados los Gam / boynos e morio alli aquel Ferrando de / Gamboa e muchos de los suyos e seguj / eronlos en el alcançe fasta el Rio que vie / ne a Sant Juan de Lus e afogaronse / muchos en el que estaua creçida la mar / por manera que en el campo e en el alcançe / e en el Rio morieron CL omes e perdieron / todas las armas que leuauan e asi tor / naron destroçados los que escaparon.”

8 Ricardo Gullón: “Pulso de Pío Baroja”, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2007 Edición digital a partir de Isla. Hojas de arte y letras, núm. 7-8 (1935), pp. 184-189 por cortesía de los herederos del autor.

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jueves, 3 de octubre de 2013

Pio Baroja

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Pulso de Pío Baroja
Ricardo Gullón

Con los recientes libros Crónica escandalosa y Desde el principio hasta el fin, ha puesto punto Pío Baroja a sus Memorias de un hombre de acción. Coincidiendo con ello ha entrado Baroja en la Academia Española.
La ocasión es propicia para intentar examen de conciencia y preguntarnos lo que Baroja sea para las juventudes españolas. No se trata de situar en definitiva al escritor vasco sino de atribuirle un signo de valor aproximado al que le señala en la estimativa de las mentes jóvenes, utilizando para ello los datos que nos ofrecen su vida y su obra, y nada más. Es curioso que apenas nadie se haya acercado a Baroja con un criterio puramente objetivo, desnudo de previos afanes y de prejuicios, en anhelo de entenderse directamente con él, luchando a brazo partido, si preciso fuera, por conseguirlo, para después limitarse -¡tan amplios límites!- a decir una palabra sincera; críticas que son panegíricos, detractores furibundos, es difícil permanecer indiferente -y no muy preciso- según parece. Y unas páginas de José Ortega y Gasset por nadie mejoradas en la elegancia del juicio, en lo firme del análisis.
La época en que «el hombre malo de Iztea» comienza a escribir, coincide con el instante en que el papel España estaba más depreciado. La decadencia de lo genuino se mostraba con relevancia en la morbosa exaltación que lo castizo alzaba; en los toros se olvidaban los desastres bélicos, al socaire de un fandanguillo se conmovían los hombres de pro, un cuplé en la cuarta de Apolo provocaba una crisis. Deleitosos tiempos que todavía añoran en secreto ciertos sujetos que sienten la nostalgia de una juventud de cazalla y café con media. Lo literario oscilaba entre los diálogos -¡tan propios!- de López Silva, los dramas -¡oh, sí, dramas!- de Echegaray, y la profunda filosofía en pareados de Campoamor.
Contra esto Baroja reaccionó en igual medida que el resto de su generación, que los que cuentan de su generación, y su vida como su obra se encauzan en protesta por lo que todavía no ha sobrepasado el bajo nivel de achabacanamiento entonces vigente. Por eso nuestro escritor es ante todo un disconforme, no el tipo de vociferante que se alza contra todo en toda coyuntura sino el hombre sincero que tiene dicha su verdad y no la retira aun cuando la que circule como moneda corriente sea la contraria; a lo sumo recoge sus trastos y se va sin que la marcha suponga estridencia, de puro silencioso que es su paso. Porque hay que señalar que nunca Baroja vocea, ni atormenta los oídos de sus vecinos para que le escuchen a todo trance; no, no es él quien grita cuando habla, cuando discrepa; suele serlo su contradictor quizás porque piense que tener razón depende de la fortaleza laríngea. Recuérdese su actitud a la muerte de Blasco Ibáñez: fría, indiferente, posible tal que otra cualquiera, y cómo no tardó en surgir un oportunista, escribidor de oficio, que le colmó de injurias por negarse a figurar en el coro de plañideras a la sazón en funciones.
Está muy dentro del temperamento español esa cosa árabe de no tolerar la opinión adversa, de perseguir al que la profesa como a impío: en España al igual que en África siempre fue posible la guerra santa. Y Baroja que no admite sujeción ni dogma puede parecer extranjerizo siendo lo cierto que pocos españoles habrá que tan reciamente lo sean, desde lo soterraño de sus entrañas, allí donde no llegan culturas, en el auténtico fondo insobornable por ingobernable, que es como es porque es y no hay viento ni llama que pueda cambiarlo; es castizo -aquí, al pie de la letra, la palabra- con los defectos y las virtudes aledañas, y es bien reveladora su posición anarquista, su negativa a fijarse rumbo continuado, su indisciplina, su desdén por los partidos políticos, por los encuadres en otra situación que no sea la de su independencia feroz, absoluta, sin posible temperancia.
Esta actitud suya anárquica se contrapesa con una rectitud interna de primer orden, un afán de trabajo que es en él constante, ir trazando sus obras al filo de los días en incesante labor, en rebusca de textos y datos que sirvan de oxígeno a la atmósfera de su novelística. Pues van sus creaciones enfiladas hacia el rasgo significativo y pocas veces se ha llegado a mejor depuración en el arte de enterarse de las cosas que la conseguida por Pío Baroja, quien sabe rendirnos por una historia bien ligada al ambiente de un lugar y de un momento. Copia cuando hace falta, en las biografías especialmente, pero todo cuanto pasa por su pluma queda por este hecho incorporado a la obra como específicamente suyo, secreto del auténtico escritor que domina cuanto toca; en Advertencia a una de sus últimas obras, la vida de Van-Halen «el Oficial aventurero» dice: «Yo he copiado, cuando he tenido que hacerlo, sin escrúpulo»; en ese «cuando he tenido que hacerlo» está el secreto: no copiar caprichosamente sino sólo cuando es preciso; cuando le faltan datos de primera mano, acude a los que se le presentan, la asimilación es cierta por indeliberada.
El gusto de Baroja por la anécdota le lleva, con cierta frecuencia, extraviado de su camino: sale con el personaje, lo agita en todos los sentidos y en cada esquina inventa un azar que le atrae, un cuentecillo que le adormece, hasta que, a medio andar, se encuentran autor y personaje perplejos, sin saber a donde ir porque se les olvidó la meta o porque pudiera ocurrir que su salida no tuviera otro objeto que cazar peripecias, irse, poco a poco, sepultando bajo inquietudes y sobresaltos hasta quedar inmóviles, dando la sensación de que figura y creador se han cansado de tanto azacanear a la deriva. Y no es realmente que la criatura barojiana ame la aventura; en general es impaciente, no goza del azar porque vive una intriga soñando con la que ha de seguirla, apenas ha llegado y está deseando marcharse; el propio Aviraneta corre con exceso, le ocurren demasiadas cosas y algunas muy banales que no distingue bien de las que merece la pena conservar porque las diferencias le son difíciles de percibir; tanto viajar, tanto ir y venir de un lado para otro, que no le queda tiempo para pensar en nada; siempre embarcado en alguna empresa, sólo piensa en darla término y en empezar otra nueva con igual ardor. Como Baroja que parece soñar en lo que viene después, en lo que está a continuación, deseando conocerlo, comprenderlo.
Del amor de Baroja por la independencia, de su posición aislada, surge agria y espléndida su sinceridad. No diremos que sea cínico por más que algo deliberado veamos en él, por lo menos en su resistencia a colocarse alguna vez en el punto de vista ajeno para contrastar con esta visión la propia. A la sinceridad debemos algunas de las páginas más fuertes de su obra: recordemos las notaciones personalísimas con que dibuja el perfil de un hombre o de un suceso, en esos libros suyos que llamó Díaz Fernández vacaciones del novelista.
Novelista ante todo no se puede negar a Pío Baroja corno creador de un mundo suyo, un mundo áspero, desordenado, arbitrario, pero exclusivo. Como auténtico novelista mueve sus creaciones en un círculo estrictamente personal, trazado para ellos, tahúres, nobles, busconas, militares, vagabundos, con el sello y la firma del autor, ocurriendo que son habitantes de un país que no es el nuestro, diferentes a nosotros y tan nosotros como deben serlo y no más. Círculo palpitante si que violento y desgarrado, con un bregar de sus gentes que en ocasiones es capricho y deseo de su creador.

Las ideas de Baroja son claras y valientes; le han valido arañazos y golpes que ha encajado sin perder ese aire de cazurro que le es peculiar, como hombre que puede sonreír porque es otra su ruta y nadie puede; cortarla, entorpecer su libertad de movimientos. De cuáles sean esas ideas, algo hemos visto, su glosa puntual ha de hacerse no tardando; bástenos aquí subrayar que como le importan las ideas más que los hombres, no admite la ridícula máxima de que todas las ideas son respetables y con ellas se encara, les clava en la entraña la afilada navaja de su intuición y donde se esperaba una rica presa revela cierto sucio despojo mal oliente; a los hombres los respeta si no están aferrados a lo torpe, al turbio divagar que él combate, si no falsificaron su vida haciendo de ella una máscara, un antifaz que de un pobre hombre pretende hacer un «profesor de cartón piedra». Exigir lealtad al ser de cada cual, en todo caso sin ánimo de ensangrentarse, de herir, pues que lo esencial es decir su verdad, y si lo cierto es que un hombre tenido como inteligente resulta un majadero no será la culpa de Baroja que se limita a exponer un dato concreto que recoge tal como lo contempla.
Anales de Literatura Española Nº 3, 1984

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La balada de los buenos burgueses de Pío Baroja. (Textos olvidados en torno a una polémica)
Gloria Rey Faraldos

INB Eijo y Garay, Madrid


Pio Baroja
Cuando Pío Baroja publicó en 1919 su libro La caverna del humorismo637, envió algunos fragmentos a diversos periódicos y revistas638. El semanario La Internacional, de ideología socialista, dirigido en aquellas fechas por Antonio Fabra Ribas, recibió el capítulo «La balada de los buenos burgueses», perteneciente a la obra mencionada. No se publicó en su momento, sino que apareció en las páginas de la revista, sin mencionar su procedencia, unos ocho meses más tarde, cuando Fabra Ribas había pasado a dirigir El Socialista y se había hecho cargo de la dirección de La Internacional Manuel Núñez de Arenas.
El capítulo en cuestión era una fuerte diatriba antiburguesa (es posible que Núñez de Arenas estuviese en lo cierto al afirmar que había sido elegido por Baroja para La Internacional por esa

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razón) con referencias poco reverentes a la religión y a la monarquía:
Nuestro país es una balsa de aceite. Nuestra Santa Madre Iglesia tiene días de gloria; las peregrinaciones abundan; los robustos frailes y los amenos jesuitas brotan como la hierba; Su Majestad el Rey muestra su belfo austriaco en las carreras y en las regatas, más que en las bibliotecas y laboratorios. [...].
¡Viva el lujo! ¡Viva la alegría! Gozad, gozad, buenos burgueses; todavía no viene el bolcheviquismo.
No vendrá, no, porque vosotros sois españoles, y con esto está dicho todo; vosotros tenéis la fe que salva y el Santo Cristo de Limpias, que mueve los ojos y bailará el tango argentino si le conviene a los curas639.


Como responsable de la publicación de un texto que contenía injurias al Rey y a la religión fue procesado Manuel Núñez de Arenas. Ya en 1916, desde la revista España, Álvaro de Albornoz había denunciado lo absurdo y anacrónico de una ley según la cual «Es delito la reproducción de los escritos punibles aunque no hayan sido perseguidos. De este modo, el hecho de trasladar a un periódico una página de cualquier libro de esos que andan por todas las bibliotecas populares puede costar al autor de la reproducción unos cuantos años de prisión»640. La realidad era que en 1920, aunque aplicada de forma más suave, seguía vigente, como lo demuestra el proceso del que nos ocupamos.
La impunidad de Baroja y el procesamiento de Núñez de Arenas provocaron los airados e irónicos comentarios de la revista España, que con un artículo sin firma titulado «Un sacrificio del Sr. Baroja»641 encendió el fuego de la polémica. Desde las páginas de España se acusaba a Baroja de haber cargado toda la responsabilidad en Núñez de Arenas, al haber declarado que el texto que apareció en La Internacional no era un artículo sino un fragmento de un libro publicado, y que no había enviado nada

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recientemente al semanario socialista. En el citado artículo de la revista España se ofrecía una irónica versión de los hechos:
La declaración del Sr. Baroja ha sido seguramente impuesta por el juez y por el Sr. Núñez de Arenas. El Sr. Baroja querría, como es natural, asumir toda la responsabilidad del trabajo y, si fuera preciso, ir al destierro, a la cárcel y aun a la horca. Pero el juez es quizá un admirador del Sr. Baroja, como lo es el Sr. Núñez de Arenas, y ambos de concierto han querido evitar a su admirado escritor un disgusto. Él, a seguir escribiendo libros admirables; el señor Núñez de Arenas, hombre bondadoso y que no tiene gran cosa que perder, a servir de testaferro forzoso y honorario. Con admiradores así, el Sr. Baroja no ha tenido más remedio que sacrificarse y consentir que procesen al Sr. Arenas.


No cabe duda de que con sus ataques a los socialistas, sus reiteradas manifestaciones de individualismo a ultranza, su postura germanófila durante la Primera Guerra Mundial, Baroja se había creado fama de escritor burgués642; esto le produjo alguna antipatía en círculos socialistas y en concreto, como demostró en alguna ocasión con sus críticas, en Luis Araquistáin, director de España, con quien había coincidido, al igual que con Núñez de Arenas, en la redacción de dicha revista643.


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Pío Baroja, alejado por aquellos años de las colaboraciones periodísticas, utilizó sin embargo la prensa para puntualizar su postura ante los comentarios suscitados por el proceso al director de La Internacional. La carta que a continuación transcribimos apareció el 20 de agosto de 1920 en El Sol y en El Imparcial, y el día siguiente en el ABC.
Hace un mes aproximadamente el semanario socialista de Madrid La Internacional transcribió de un libro mío titulado La caverna del humorismo un capítulo que lleva por nombre «La balada de los buenos burgueses». El fiscal encontró injurias al Rey en este capítulo y lo denunció. Yo me enteré de la denuncia estando en Vera de Bidasoa, por una carta del Sr. Núñez de Arenas y por un número que me enviaron de este semanario, en el cual se decía que yo estaba procesado. En el artículo de La Internacional en que se comentaba la denuncia se insistía en que, a la aparición de mi libro La caverna del humorismo, yo había enviado este capítulo, «La balada de los buenos burgueses», al periódico, y se añadía que allí, en las cajas de la imprenta, se había perdido. Poco después llegó un exhorto a Vera de Bidasoa. El juez me llamó y me tomó declaración. Yo dije lo que es cierto: que soy el autor del libro titulado La caverna del humorismo, uno de cuyos capítulos se titula «La balada de los buenos burgueses».
No negué ni niego que yo haya enviado al salir mi libro, en otoño de 1919, varios capítulos de él a distintos periódicos, y entre ellos ese titulado «La balada de los buenos burgueses» a La Internacional.
El Sr. Núñez de Arenas, que era ya entonces director de este semanario socialista, quiso publicar el capítulo ahora denunciado, y solicitó de mi editor, Caro Raggio, que le diera un retrato mío para estamparlo con el fragmento que habría de reproducir La Internacional. Este fragmento, según el mismo semanario, se perdió en las cajas. Desde esa época yo no había enviado ningún artículo al citado periódico.
Afirmé esto en mi declaración porque en la nota de La Internacional acerca del proceso se insistía con cierta ansia, demostrando no precisamente el heroísmo del Cid, en que yo había mandado, al aparecer el libro, ese capítulo al semanario socialista.
Si el periódico no hubiese dicho esto, que es cierto, yo no hubiese afirmado, como afirmé, que desde entonces no había enviado ningún artículo a La Internacional, lo que también es cierto.
Hoy, en el número 44 de La Internacional, del 20 de agosto, en un suelto titulado «Un proceso contra el Rey» se dice: «Nuestro director, Manuel Núñez de Arenas, ha sido procesado por el ‘artículo’

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de Pío Baroja, titulado ‘La balada de los buenos burgueses’».
No. Esto es falso. No hay tal artículo, señores de La Internacional. Se trata de un trozo de un libro mío que yo ofrecí a La Internacional, por cierto, porque me lo pidieron hace siete u ocho meses, cuando apareció el libro; pero que después ni he vuelto yo a enviar ese trozo ni a manifestar el menor deseo de que se publique.
Bien que se tenga miedo a que lo enchiqueren a uno; es éste un sentimiento lógico y natural en el socialista como en el individualista. Lo que no se debe hacer para defenderse es mentir ni falsear la verdad. Bien está el temor, y yo participo muchas veces de él; pero no hay que exagerarlo. Yo, a pesar de que no tengo ningún deseo de veranear ni de invernar en el bello hotel de los alrededores de la Moncloa, he dicho la verdad, como estoy dispuesto a decirla siempre. Esta verdad, con relación a este asunto, se reduce a lo siguiente: Primero. Que soy el autor del libro titulado La caverna del humorismo. Segundo. Que mandé el año pasado el trozo «La balada de los buenos burgueses» a La Internacional, en donde, según este semanario, se perdió en las cajas. Y tercero. Que desde entonces yo no he enviado ningún artículo a este semanario socialista.
Respecto a que la ley de imprenta sea más o menos lógica, que procese al que reproduzca un trozo de un libro y no al autor de este mismo libro, yo no tengo la culpa de ello, porque no he sido quien la ha elaborado.
Esto no es obstáculo para que esté dispuesto a afrontar las responsabilidades como autor de La caverna del humorismo.
Viviendo en la frontera, fácil hubiera sido, de quererlo, ir a pasar una temporada al otro lado del Bidasoa. Sin embargo no lo he hecho, y he venido a Madrid a cooperar en la solución del proceso a pie firme.
Pío Baroja
Madrid, 20 de agosto de 1920.


La carta de Baroja suscitó la respuesta de Manuel Núñez de Arenas, publicada en El Sol (21 de agosto de 1920) y en ABC (22 de agosto de 1920). Los textos enviados por el director de La Internacional a uno y otro periódico diferían en algunos matices pero básicamente expresaban las mismas ideas.
Señalaba Núñez de Arenas el alarmismo de Baroja ante un suceso al que él, el procesado, no había dado excesiva importancia, «hasta el punto de que, dirigiendo yo La Internacional y conociendo mi procesamiento hace unos quince días, se me olvidó dar la noticia del suceso en el número de la semana pasada».

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Apuntaba una inexactitud en la carta de Baroja; no era él, sino Fabra Ribas, el director de La Internacional cuando se recibió el texto de La caverna del humorismo, «libro en que el novelista Sr. Baroja pretendía la plaza de filósofo, ¡oh perniciosa emulación de Ortega!»644. Según Núñez de Arenas, Fabra Ribas «a pesar de mis buenos oficios no lo quiso publicar» y la explicación enviada a Baroja sobre la «pérdida» del texto sólo había tenido como razón la cortesía. Núñez de Arenas daba en su escrito la siguiente versión del proceso:
Ante la denuncia el Sr. Baroja se alarma, se inquieta, moviliza a su familia, a sus dependientes; me preguntan si debe emigrar, qué precauciones ha de tomar. Al tiempo escribe a un gran amigo de Madrid para que procure arreglarle el asunto.
Yo le respondo que no pasará nada, que sólo la casa editorial de su familia y él mismo ganarán con el reclamo que se está haciendo a La caverna, obra que fue poco apreciada por las personas habituadas a leer. Es decir, que iba a dar salida a unos volúmenes en almacén.
Pero, no satisfecho, viene a Madrid. Se entrevista con el juez y le envuelve en razones.
Me llaman a las Salesas y me comunican mi procesamiento, basado en el siguiente razonamiento del juez: lo que se persigue es el hecho de que se haya publicado en La Internacional el trabajo del señor Baroja. Ahora bien; la voluntad de publicar allí, ¿de quién es, del autor o del director? Preguntan al autor sobre el envío de un trabajo a La Internacional; contestó que ACTUALMENTE no había mandado nada, callándose que lo había mandado siete meses antes. De ello deduce el juez que si ahora no ha mandado nada y ahora se publica el trabajo, el trabajo no está mandado por él. Y me procesa a mí.
Yo comprendí en seguida el razonamiento del juez y la situación de ánimo del señor Baroja al declarar como lo hizo; y como yo, sin ser el Cid, sé comprender las debilidades ajenas y afrontar molestias e incomodidades, declaré que me conformaba con la decisión del juez y con la declaración del Sr. Baroja.
¿Se podía dar mayor prueba de amistad y mayor delicadeza? Pues aún ha habido más. No le dije una palabra del caso al señor Baroja. Comenté con mis amigos lo absurdo del punto de partida del razonamiento del juez, castigando la reproducción de un trozo de libro no perseguido. Pero extremé la corrección con el Sr. Baroja hasta el

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punto de que, al dar la noticia en La Internacional de mi procesamiento, sólo copiaba al pie de la letra la exposición del juez y no comentaba. Cierto que al trabajo del Sr. Baroja se le llamaba artículo; pero en una gacetilla eso no tiene importancia.
Y después de esa conducta mía, el Sr. Baroja publica la carta conocida645.


En la carta enviada a ABC (en la de El Sol no se hace referencia al tema) Núñez de Arenas acusa a Baroja de oportunista, por la elección del capítulo para La Internacional:
En este libro sólo había un capítulo ameno, el que se ocupaba del Rey y escarnecía al Cristo de Limpias. Siguiendo la costumbre, envió algunas galeradas de su libro a los periódicos para que le sirviesen de anuncio, y a La Internacional, teniendo en cuenta que era un semanario socialista, mandó el capítulo ese divertido, claro que con el fin de que los lectores obreros creyeran que todo el volumen del Sr. Baroja era de la misma índole, es decir lleno de donosuras respecto al Rey y a la religión.


Por otra parte, en El Sol Núñez de Arenas señalaba que Baroja se había mostrado conforme con el desarrollo de los hechos, y no hubiese escrito la carta en la que intentaba justificar su postura si no hubiera sido provocado, desde España, por un «espíritu maligno» que le había afeado su conducta.
Baroja volvió a utilizar las columnas de El Sol (21 de agosto de 1920), ABC y El Imparcial (22 de agosto de 1920) para replicar a Manuel Núñez de Arenas, con el siguiente texto en el que Baroja daba por finalizada la polémica:
Al decir Para terminar no quiero indicar que este asunto no siga, sino que yo no pienso insistir en él, porque creo que para el lector a quien le interese queda ya aclarado.
El Sr. Núñez de Arenas ha publicado un artículo contestando al mío, y de sus explicaciones se ve que lo que he dicho yo acerca de este proceso de imprenta por injurias al Rey es cierto. Lo que asegura Núñez de Arenas es casi lo mismo que lo indicado por mí con ligeras variantes y algún que otro arabesco de polémica periodística para entretenimiento de la galería.


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Indicaré las variantes. El Sr. Núñez de Arenas dice que yo envié unos grabados al periódico La Internacional al aparecer La caverna del humorismo, lo que no es cierto. No sé qué grabados puedan ser éstos. Yo digo que él estuvo en la librería de mi editor, Caro Raggio, en donde el encargado de ella, D. Benedicto Pérez, le entregó una fotografía mía que el Sr. Núñez de Arenas había pedido.
Él asegura que yo le envié unas galeradas; yo digo que le envié un trozo de mi libro con esta nota (De la caverna del humorismo), como a los demás periódicos. Si yo quería hacer propaganda de mi libro, ¿cómo iba a omitir el nombre de éste?
A la costumbre de enviar trozos de una obra a los periódicos el Sr. Núñez de Arenas llama hacer reclamo, palabra que acepto sin ningún reparo. Este sistema de enviar capítulos de un libro a su aparición empleamos los autores porque no tenemos medios de anunciar en grande y porque, además, hoy los asuntos internacionales apenas dejan sitio para la crítica literaria en los diarios. Por otra parte, yo creo que he empleado este procedimiento con bastante discreción. No se puede decir de mí que haya abusado de este sistema ni de publicar retratos míos en los periódicos.
El Sr. Núñez de Arenas dice que en esta cuestión que nos divide no hay ninguna posibilidad de drama; pero si es así, ¿por qué ponerse tan pronto el parche?
Había en este proceso algo como una carga que caía sobre los hombros del Sr. Núñez de Arenas y sobre los míos; él, sabiendo según dice que no tenía importancia, esquivó el hombro al no expresar que lo que publicaba en su periódico era un trozo de un libro mío; yo, en vista de esto, lo esquivé también, afirmando que el capítulo denunciado era de un libro mío publicado hacía meses.
En el exhorto del Juzgado dirigido a mí no había más alternativa que afirmar que yo era autor de un artículo suelto denunciado como tal artículo o declarar lo que declaré: que era autor de un libro del que se había reproducido un trozo suprimiendo la procedencia.
Si el Sr. Núñez de Arenas me hubiera propuesto una solución en que las responsabilidades de este asunto (sean o no de importancia) se hubieran repartido entre él y yo, yo hubiera aceptado la solución con gusto; pero él tendió a desentenderse de la cuestión, considerando el proceso como una broma, naturalmente mientras se refería a mí. Yo seguí su ejemplo e hice lo mismo.
Ahora, para entretenimiento y solaz del público, un comentario a los arabescos del Sr, Núñez de Arenas. Este dice que no contó la razón de no aparecer a su debido tiempo el trozo de mi libro en La Internacional por no molestarme a mí. ¿A mí por qué me va a molestar esto? Que Fabra Ribas, que parece que era el director de La Internacional,

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tuviera mala opinión de mí o dijera, por ejemplo, que yo soy un reaccionario, un tonto o un germanófilo, no es cosa que me vaya a quitar el sueño. Esto me tiene sin cuidado, tan sin cuidado como las insinuaciones del espíritu maligno de España. ¡Espíritu maligno! ¡Qué risa!
Respecto de que yo sintiera al escribir La caverna del humorismo deseo de hacer una obra filosófica por influencia de Ortega Gasset, ¿qué tiene de particular? Mientras frecuenté la revista España influyó en mí el hombre que más valía en la Redacción: Ortega Gasset. Esto no es más que una prueba de buen sentido y de buen gusto.
En resumen, yo he hablado en serio, y hasta si se quiere en tono dramático, en este asunto, porque creía que el Sr. Núñez de Arenas se consideraba en peligro de sufrir dificultades y molestias en este proceso.
Él dice en su artículo que no hay tal cosa. ¿No hay tales peligros? ¿No hay tales dificultades? ¿No hay tales molestias? Pues mejor que mejor. Yo, encantado. Yo me voy mañana mismo al pueblo a cultivar en la huerta mis coles y mis espárragos y a no ocuparme para nada de esto. El Sr. Núñez de Arenas seguirá, al parecer, en su periódico tranquilamente. Yo lo único que haré es no enviar más trozos de mis libros a gente que no conozca bien. Al Sr. Núñez de Arenas quizá en vista de sus servicios a la causa le hagan diputado, de lo cual yo me alegraré, porque le tengo por hombre culto e inteligente. Cierto que sospecho que él, como yo, no es de la madera de los héroes, aunque ninguno de los dos hemos llegado todavía, como ciertos espíritus malignos, a correr por la azotea y a escondernos en las tinajas.
Pío Baroja
Madrid, 21 de agosto de 1920.


Dos cartas más en torno al asunto aparecieron, con la misma fecha y en la misma página, en El Sol: una de Núñez de Arenas, «Las elecciones de Fraga», y la otra de Antonio Fabra Ribas, «Al margen de una polémica»646.
El director de La Internacional resumía en su carta la versión de los hechos que ya conocemos y aclaraba que la palabra «grabado» a la que alude Baroja, aparecida en el texto enviado a El Sol, era evidentemente una errata, ya que la palabra empleada había sido «galerada». Por otra parte, molesto por las alusiones a sus posibles intereses políticos, le recuerda a Baroja su frustrado intento de ser nombrado candidato a diputado:


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Y seguidamente el Sr. Baroja me asegura que yo seré diputado. No lo creo y no lo deseo, pero aunque lo deseara puede el Sr. Baroja estar seguro de que jamás me esperarán los éxitos grotescos que él obtuvo cuando partió a conquistar un acta y, como decía Bagaría, el título de hijo adoptivo de Fraga.


Una relación de esta aventura política nos la da el propio Baroja en su libro publicado en 1918 Las horas solitarias (Notas de un aprendiz de psicólogo), donde cuenta que la idea surgió en la revista España y precisamente de Núñez de Arenas647.
La carta de Antonio Fabra Ribas era una réplica a las alusiones de Núñez de Arenas sobre su negativa a publicar en La Internacional el texto enviado por Baroja, y expresaba respeto por el novelista:
Lejos de tener «mala opinión» del autor de Paradox, rey o de decir «que es un reaccionario, un tonto o un germanófilo», he sentido siempre un gran respeto hacia su persona y una sincera admiración por su fecunda labor de literato.
Me propuse que La Internacional se ocupara del importantísimo libro La caverna del humorismo. Cuando Núñez de Arenas -que era entonces secretario de dicha revista- me entregó el trozo del libro al que se refiere Pío Baroja en su carta, quise publicarlo en seguida. Desistí de ello al ver que en varios diarios, entre ellos El Sol, habían aparecido diversos trozos de la obra en cuestión y que, por consiguiente, no podía constituir ya una verdadera novedad para nuestros lectores, pero no renuncié, ni mucho menos, a que La Internacional hablara de la última obra de Baroja en un trabajo digno del libro y el autor.


Si tal reseña no apareció en La Internacional se debió, según Fabra Ribas, a su abandono del semanario para dirigir El Socialista, periódico en el que tenía pensado organizar una sección donde se practicase la crítica literaria con auténtico rigor y seriedad:
Y si llego, como espero, a llevar a la práctica mi propósito, ya verá Pío Baroja cómo no se cometerá la insensatez ni se dará la prueba de mal gusto que supondría el hacerle el vacío o tratarle con desconsideración.




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Ni Baroja ni Núñez de Arenas volvieron a hacer ninguna declaración pública sobre el proceso.
El periódico El Sol se había mantenido también al margen de la polémica, limitándose a insertar en sus páginas las cartas enviadas por los interesados. La primera carta de Núñez de Arenas en respuesta a Baroja se introdujo con la siguiente nota, en la que el diario demostraba su deseo de mantener la imparcialidad:
Ayer publicamos unas cuartillas de Pío Baroja, a quien convenía publicar la aclaración que en aquéllas se hacía sobre un asunto que interesa a tan querido amigo nuestro. Hoy el Sr. Núñez de Arenas, querido amigo nuestro también, desea contestar al Sr. Baroja. Y aunque, en este género de cuestiones no tenemos por qué intervenir, acogemos lo que el Sr. Núñez de Arenas dice por las mismas razones por que acogimos ayer lo que decía Pío Baroja648.


ABC, sin embargo, se mostró menos imparcial al manifestar su adhesión a la postura de Baroja:
Estamos, por nuestra parte, de acuerdo completamente con el ilustre escritor y creemos que en las columnas de la Prensa no requiere nuevas explicaciones649.


Si ABC estaba de acuerdo con Baroja, la joven revista La Pluma se apresuró a exponer su disconformidad en una nota publicada en el número de septiembre:
NOSOTROS NO. Ambos interesados nos han contado el caso en sendas cartas publicadas en los periódicos. La Internacional publicó una «Balada de los buenos burgueses» escrita por D. Pío Baroja, quien al saberla denunciada por el fiscal de Su Majestad solicitó de su amigo el Sr. Azorín que intercediera, dadas sus relaciones con personajes influyentes, por ver de arreglar el asunto. Ello es que el juez, oídas las declaraciones al Sr. Baroja, ha procesado al director de La Internacional, Sr. Núñez de Arenas (!!!), quien, acostumbrado a padecer persecución por la justicia en calidad de socialista, ha aceptado sin protestar el endoso.


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Pero el Sr. Baroja, soliviantado por un justo comentario del semanario España, se confiesa cobarde (quizá por emular a otro amigo del Sr. Azorín, Montaigne, no por su cobardía glorioso, sino por filósofo) y aún dice que el señor Núñez de Arenas no es un Cid...
El ABC manifiéstase conforme con el insigne escritor. Nosotros, no650.


Recordemos que Baroja había sido objeto del desdén de La Pluma y se le había incluido en la lista de «no colaboradores» publicada en el número primero de la revista651.
Fue el semanario España quien primero habló de la participación de Azorín y sus influencias para resolver los problemas de Baroja. El semanario parecía interesado en mantener viva la polémica; para ello publicó otro artículo, también sin firmar, titulado «No fue un sacrificio del Sr. Baroja». Se acusa al novelista, al que se califica de «cavernario humorista», de haber utilizado la influencia de Azorín y la amistad de éste con el conde de Romanones para desviar la responsabilidad hacia Núñez de Arenas. Se dirigían duros ataques a Baroja que no se limitaban a su personalidad sino que se hacían extensivos a su obra:
Todo esto, que puede figurar en una antología del cinismo, es lamentable para el Sr. Baroja. Su filosofía nos pareció siempre una filosofía para bosquimanos; su literatura, una literatura para boys-scouts, y su castellano, el de un extranjero un poco torpe, acaso el de un Sylok mitad italiano y mitad blondosemita del Norte de África, nacido casualmente en el país vasco. Pero teníamos fe en su carácter, y ahora descubrimos que su carácter -el sentimiento de la dignidad y la responsabilidad- es aún peor que su estilo, su literatura y su filosofía.

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Este percance, que a un hombre delicado le haría llorar, al señor Baroja pretende darle risa652.


El artículo de España no provocó réplicas ni comentarios en la prensa de aquellos días.
Todavía nos encontramos, sin embargo, con una alusión a esta polémica en una obra de Luis Araquistáin, la «farsa novelesca» Las columnas de Hércules653 publicada en 1921. En el capítulo XI, «Recuerdo de Linos, maestro de Hércules» en el que se hace un recorrido crítico por la literatura de la época (las resonancias cervantinas parecen evidentes) se ofrecen los siguientes juicios sobre Baroja:
Pío Baroja, ante la burguesía mezquina que refleja Galdós, busca hombres que están situados de hecho o en idea al margen de la sociedad, anarquistas y parias más o menos auténticos. Le obsesiona la literatura rusa, aunque no la más fuerte sino la más exportada en aquel tiempo, que es tal vez la de Gorki; pero la literatura rusa es casi siempre autobiográfica: historia de miseria, de dolor, de presidio y de locura, que cada autor ha vivido o visto de muy cerca. En Baroja ese género tenía que ser una mala imitación, porque ningún otro escritor de su tiempo ha llevado una vida tan burguesa, con un espíritu tan conservadoramente burgués; si alguna vez ha corrido el peligro, no de ir a la cárcel, que eso sería absurdo pensarlo, sino de ser procesado por delito de imprenta, nuestro hombre ha eludido heroicamente su responsabilidad y se ha agenciado un testaferro a la fuerza. Su vida no ha sido precisamente la de un Gorki654.


Ninguna otra referencia a la polémica entre Pío Baroja y Núñez de Arenas volvemos a encontrarnos en la prensa de aquellos días, más preocupada por los problemas planteados por la Real Orden del 13 de junio de 1920, que regulaba el papel de los periódicos, su precio y tamaño, y que había llevado a la supresión de

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El Sol entre los días 14 y 19 de agosto, por la crisis de gobierno tras la dimisión de Bergamín, la muerte de Miguel Moya y los conflictos sociales.

Pensamos que los textos aquí recogidos no sólo sirven para rescatar del olvido una anécdota biográfica, sino también para poner de relieve algunos aspectos de la personalidad de Baroja, contradictoria y siempre interesante.
Pio Baroja

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Mi querido maestro:

     He recibido las cartas para Estévanez y León y Castillo. Se lo agradezco a usted muchísimo. Ya que me brinda usted tan cariñosamente, si necesito alguna otra recomendación, le molestaré a usted de nuevo, desde París.
     No sé a punto fijo lo que haré allí. El ánimo que llevo es poco y no podré hacer grandes habilidades, pero intentaré.
     Ya me figuro yo que los españoles no podemos hacer nada en Francia, porque su manera de ser y su ambiente es hostil a nosotros; pero es el único sitio próximo por donde podemos acercarnos a la civilización.
     Dispénseme Vd. que escriba de una manera dan deslavazada, pero en este aire tan banal, en esta vida vegetativa de San Sebastián, que lo único que tiene de intelectual es la vanidad, el cerebro se queda a oscuras.
     Es de Vd. Afectísimo

    Pío Baroja

    San Sebastián 14 de setiembre 1905










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